Artículo Cuaderno de Trabajo Social, n.° 19, 2022

Debates en torno a la resiliencia

Autor(es)

Berenice Pérez-Ramírez

Secciones

Sobre los autores

RESUMEN

El concepto de resiliencia tuvo sus orígenes en teorías sobre los ecosistemas para señalar que el desequilibrio y las perturbaciones existen y que no necesariamente implican la destrucción del sistema. Su uso se popularizó y es un término que aparece en documentos de estados nacionales y organizaciones internacionales. El objetivo de este artículo es presentar una discusión sostenida sobre sus definiciones más importantes; nos basamos en una extensa revisión de literatura al respecto. Uno de los hallazgos es presentar la crítica más sostenida, aquella que señala la poca atención a la política, el poder y la cultura en los usos de la resiliencia. Ello ha significado su despolitización y la presunción de que existe una igualdad de facto entre los sujetos. Concluimos que es un concepto conectado con la demanda de subjetividades neoliberales, normalizando los discursos de la responsabilidad individual y el dominio del mercado

ABSTRACT

The concept of resilience had its origins in ecosystem theories to point out that imbalance and disturbances exist and nevertheless imply the destruction of the system. Its use became popular, and it is a term appears in documents of national states and international organizations. The objective is to present a sustained discussion about its most important definitions and based on an extensive literature review in this regard. One of the findings is to present the most sustained criticism, that points out the little attention to politics, power, and culture in the uses of resilience, this means its depoliticization and the presumption that there is a de facto equality between subjects. The conclusion is about a concept connected with the demand for neoliberal subjectivities, normalizing the discourses of individual responsibility and market dominance.

INTRODUCCIÓN

El concepto de resiliencia goza de gran difusión y prestigio hoy en múltiples áreas de la vida social. La academia no es una excepción y parece necesario debatir sobre sus postulados e implicaciones. Es un término que provino de las teorías de sistemas ecológicos (Brown, 2012) y que ha sido retomado en las ciencias sociales, humanas y políticas para referir a un nuevo desarrollo, superando un trauma en cuestiones sobre la seguridad, la recuperación y las relaciones personales en una cultura determinada (Cyrulnik, 2003).

Este escrito aborda qué se entiende por resiliencia, por qué ha tenido tanto auge en los últimos años y señalaremos las críticas más importantes que se le han hecho para, así, sostener nuestra postura en relación con su uso en Trabajo Social.

Resiliencia viene del término latín resilio, que significa “volver atrás, volver de un salto”. De acuerdo con Cretney (2014), el concepto tuvo sus orígenes como un concepto ecológico y poco a poco se incorporó a otras disciplinas. Se reconoce que Holling (1973), en su trabajo titulado Resilience and stability of ecological systems, abrió camino en el campo de la ecología respecto de la comprensión de estos sistemas. Holling (1973) postuló que los ecosistemas no tienen un punto de equilibrio estático, sino más bien una zona de estabilidad que permite que la reorganización de este sistema exista y funcione continuamente, incluso frente a perturbaciones y cambios (Cretney, 2014). Es decir, introdujo la idea de que el desequilibrio y las perturbaciones existen, se pueden dar y que no necesariamente implican la destrucción del sistema. Su uso se popularizó a tal grado que es un término que aparece en documentos de estados nacionales, organizaciones internacionales y organizaciones de la sociedad civil con frecuencia (Serrano; Martín y de Castro, 2019; Cretney, 2014).

En este contexto, la resiliencia se refiere a un proceso dinámico que abarca la adversidad significativa y la adaptación positiva (García del Castillo; García del Castillo, López y Días, 2017). Dentro de esta noción hay dos condiciones:
(1) Exposición a una amenaza significativa o adversidad severa.
(2) El logro de una adaptación positiva a pesar de la adversidad (Luthar; Cicchetti y Becker, 2000, p. 543).

Para Brown (2012), en el concepto de resiliencia hay tres significados que interactúan:
1) El primero proviene de la literatura sobre sistemas socioecológicos, abarca sistemas e instituciones sociales y se promueve especialmente a través de la Resilience Alliance, una red científica internacional interesada en el análisis de la resiliencia.
2) El segundo, de Michael Rutter, proviene de la psicología del desarrollo infantil, donde la resiliencia representa la capacidad de un individuo para adaptarse con éxito frente a la adversidad.
3) Y el tercero, relacionada con la salud y los desastres, es un poco más amplio, ya que se aplica a las personas, las familias, las comunidades y los sistemas, para hacer frente a las crisis. Por ejemplo, lo que ocurre en la actual crisis causada por el covid-19.

Podemos afirmar, junto con Cretney (2014) y Rodríguez (2018), que por resiliencia se entiende hacer frente, responder al cambio y mostrar una buena adaptación, volviendo a un grado de funcionamiento normal después de una crisis. “La resiliencia socioecológica se utiliza ampliamente para comprender los vínculos entre los sistemas sociales y ecológicos, prepararse para las crisis ambientales globales, y como marco para la preparación y respuesta ante desastres” (Cretney, 2014, p. 629).

¿Por qué ha tenido tanto auge el enfoque de la resiliencia en las ciencias sociales?

El concepto de resiliencia se presenta como una posibilidad que tienen las personas, los grupos, los sectores e incluso los países para reconstruirse y recuperarse frente a momentos de infortunio y catástrofe, con la finalidad de no ser prisioneros de un pasado adverso (Anleu, 2017). Un concepto central para la comprensión de la resiliencia es el trauma, concebido como una experiencia humana que ocurre cuando no existen recursos internos (personalidad y estado emocional) y externos (ambiente físico, estructuras sociales, redes de apoyo) suficientes para lidiar con la amenaza, provocando así, una colisión emocional que perdurará como experiencia negativa y dolorosa (Van del Kolk, 1996).

Autores como Cyrulnik (Canal Banrepcultural, 2017) consideran que, cuando el trauma es profundo puede afectar estructuras cerebrales que derivarán en cambios funcionales en las relaciones afectivas, particularmente los lóbulos prefrontales del cerebro. Las atrofias de lóbulos afectan dos funciones esenciales: 1) anticipar hechos porque ya no se tiene la representación del tiempo y no se pueden elaborar frases largas y complejas, solo pueden responder con sujeto, verbo y complemento, y 2) inhibir la amígdala de la corteza prefrontal, que es la base biológica de las emociones fuertes, como la ira y la felicidad, ello puede derivar en niñas, niños y jóvenes disruptivos.

Los niños y las niñas cuando están traumatizados reaccionan de manera distinta. Los niños suelen reaccionar por medio de la agresión, de la agresividad, mientras que las niñas reaccionan con una regresión, que alguien se haga cargo de ellas. Mientras que los niños desocializados, agreden. Entonces, es el mismo principio, pero las niñas dirigen la agresión hacia ellas mismas, mientras que los niños lo suelen hacer hacía los demás (Cyrulnik en Canal Banrepcultural, 2017).

Los estudios sobre resiliencia enlazan trabajos desde la psicología, la psiquiatría, la neurobiología, la biología, la medicina, la ecología y los ecosistemas, la sociología, la economía, entre otras áreas de conocimiento. Por ello, en algunos textos se concibe como un campo de exploración y conocimiento que implica investigaciones inter y transdisciplinarias.

A fines de la década de 1980, el enfoque del trabajo empírico en la psicología, la sociología y la educación se desplazó, de la identificación de factores protectores a la comprensión de los procesos protectores. Ello conllevó dejar de estudiar qué factores del niño, la familia y el medio ambiente están involucrados en la resiliencia, para comprender cómo dichos factores pueden contribuir a resultados positivos (Luthar, 1999; Cowen et al., 1997). Esta atención a los procesos protectores se considera esencial para avanzar en la teoría y la investigación en contextos específicos, así como para diseñar estrategias de prevención e intervención adecuadas para las personas que enfrentan alguna adversidad (Luthar; Cicchetti y Becker, 2000).

Paralelamente, con el mayor auge de políticas basadas en la resiliencia, ha habido un aumento simultáneo de actividades de base con una visión alternativa de la resiliencia. A diferencia de los discursos de resiliencia de las élites globales, la resiliencia de base se articula como un concepto para diseñar enfoques impulsados por la comunidad para afrontar los problemas ambientales y sociales. El concepto de resiliencia comunitaria tiene por objetivo enfocar las capacidades y características de una comunidad que le permiten responder y adaptarse al cambio y la incertidumbre. Sin embargo, los discursos de resiliencia asumidos directamente por los grupos de base se utilizan a menudo como medios para fomentar el activismo (Cretney, 2014, p. 635). A continuación, se muestra un esquema a partir de la disertación de Bené et al. (2012).

Tabla 1. Medidas de protección, preventivas y de promoción en la resiliencia

Fuente: elaboración propia a partir de Bené et al. (2012, p. 29).

Autores como Bené et al. (2012) consideran que para hablar de resiliencia debemos identificarle como proceso y, por tanto, cabe señalar en qué momento de la situación adversa situamos las prácticas resilientes, de ahí que indiquen que hay medidas protectoras, preventivas y de promoción.

La relevancia de estas discusiones es el intento de tener una herramienta conceptual que permita considerar la predisposición de procesos protectores y así tener, en nuestro campo de acción, la prevención de mayores catástrofes. Además, está el hecho de que existen múltiples definiciones pero que contienen cierta vaguedad, por ejemplo, en torno al grado y efecto del trauma o al grado de superación de la adversidad, esto permite que el contenido sea ocupado por muchísimos temas y situaciones adversas. Ello ha integrado distintos discursos académicos, de la sociedad civil, gubernamentales, etc., bajo una misma bandera, bajo la apariencia de reunir a distintos actores para intercambiar en un diálogo compartido.

En el Trabajo Social, el concepto de resiliencia ha implicado un recurso, cada vez más utilizado, para pensar y promover un ambiente que facilite la identificación de fortalezas y habilidades en las personas y los grupos con los que trabajamos. Profesionalmente existe un compromiso por resaltar e impulsar este tipo de fortalezas (Fernández e Hidalgo, 2017). Además, identificar las características de la resiliencia con quienes trabajamos, representaría un punto clave en los procesos de intervención, porque ofrece una perspectiva centrada en las habilidades y fortalezas de los sujetos (individuales y colectivos) y con menor peso en los riesgos o problemáticas (Anleu, 2017) y, así, ampliar el panorama hacia cambios sociales en distintos niveles (Estrada y Palma, 2018).

CONTRA LA RESILIENCIA, UN DEBATE INICIAL

A continuación, señalaremos cuatro discusiones identificadas en la literatura sobre resiliencia.

1. La literatura refleja poco consenso sobre las definiciones, con variaciones importantes en su operacionalización y su medición. Por ejemplo, Rutter (1990) ha caracterizado a la resiliencia como el final positivo de la distribución de los resultados del desarrollo entre las personas con alto riesgo. Masten et al. (1990) han distinguido entre tres grupos de fenómenos resilientes: (1) aquellos en los que los individuos en riesgo muestran mejores resultados de lo esperado, (2) la adaptación positiva se mantiene a pesar de la ocurrencia de experiencias estresantes y (3) hay una buena recuperación del trauma. También hay poco consenso en torno a los términos centrales utilizados dentro de los modelos de resiliencia. Cretney (2014), por ejemplo, considera que hay distancias importantes entre el concepto original de resiliencia socioecológica y el uso popular que ha adquirido. El mismo autor sugiere tener en cuenta que lo que en su momento ha sido útil para explicar sistemas ecológicos, no necesariamente lo es para explicar procesos sociales. Ya que los fenómenos que ocurren en sistemas ecológicos y los fenómenos sociales no son esencialmente similares y no operan con principios semejantes (Medina, 2019).

2. A medida que evoluciona la investigación sobre el tema, queda claro que la adaptación positiva frente a la adversidad implica una progresión del desarrollo y es poco probable afirmar que no surjan cada cierto tiempo nuevas vulnerabilidades o fortalezas. Brown (2012) alerta sobre no concebir el concepto de resiliencia como un concepto normativo. Es decir, estar atentos a las concepciones de la resiliencia como absoluta o global, en oposición a que sea relativa o circunscrita, porque seguramente lo segundo ocurre con mayor frecuencia y cambiará a lo largo de los años. El autor menciona que, en algunos escritos, se exponía que a aquellos a quienes les fue bien, a pesar de los múltiples riesgos, eran etiquetados como invulnerables. Este término era erróneo, porque implicaba que existía una evasión de riesgos absoluta e invariable. A medida que ha evolucionado la investigación, queda claro que la adaptación positiva a pesar de la exposición a la adversidad implica una progresión del desarrollo, entonces, constantemente surgen nuevas vulnerabilidades y/o fortalezas conforme cambian las condiciones de vida. También los investigadores utilizan términos como factores de protección o vulnerabilidad de formas variadas e inconsistentes. Como afirman Fischer y Bidell (1998), esto se muestra en los hallazgos de que algunos niños de alto riesgo manifiestan competencia en algunos dominios pero presentan problemas en otras áreas. Incluso las trayectorias de los niños con un desarrollo que se defina como normal, no reflejan una progresión uniforme de sus capacidades cognitivas, conductuales y emocionales a lo largo de sus vidas (Fischer y Bidell, 1998). Quizá un niño que vivió maltrato puede tener un buen desempeño escolar. Así que podemos preguntarnos, ¿cuánto tiempo se puede ser resiliente?, ¿se puede ser resiliente a pesar de todo? (Luthar; Cicchetti y Becker, 2000).

3. Si bien el constructo de resiliencia presupone la exposición a riesgos significativos, siempre habrá un rango de incertidumbre en la medición del riesgo, es difícil determinar si todas las personas consideradas resilientes experimentaron niveles comparables de adversidad. Por ejemplo, dentro de una cárcel es muy probable que todas las personas encarceladas padezcan el encierro y los efectos de la política punitiva, pero no podríamos afirmar que, para todas y todos, esa adversidad se experimenta de la misma manera y está claro que no significa que algunos de ellos captan de mejor manera la verdad de vivir en encierro, más que otros. De hecho, resulta más interesante cuando contrastamos los hallazgos basados en diferentes narrativas y posiciones (Luthar; Cicchetti y Becker, 2000).

4. Béné et al. (2012) dicen que hay una tendencia a borrar el lado negativo de la resiliencia, en particular en relación con las personas o las comunidades. Y frente a ello se argumenta que la resiliencia no está necesariamente correlacionada de manera positiva con el bienestar. Por ejemplo, algunos hogares pueden haber logrado fortalecer su resiliencia pero solo en detrimento de su propio bienestar. Es decir, se debe considerar la preferencia adaptativa, entendiendo este término como un proceso deliberado o reflexivo por el cual las personas ajustamos nuestras expectativas y aspiraciones cuando intentamos hacer frente a cambios cada vez más difíciles en nuestras condiciones de vida (Béné et al., 2012, p. 13). En este sentido no deberá obviarse la complejidad a la que nos enfrentamos cotidianamente las personas. Por eso, la resiliencia se ha comparado con una metáfora más que con una teoría. Las metáforas dependen de la narrativa que explica su interpretación y son medios para aproximarnos a explicar nuestras experiencias (Wojtowicz, 2020). Por ejemplo: Millar (2018) reflexiona sobre cómo se ha popularizado el término desechable y cuáles han sido las consecuencias de adjetivar de esta manera a personas y sectores sociales. Hace un recuento exhaustivo sobre el discurso en torno a la crisis del trabajo en el Sur Global, cómo las poblaciones urbanas en el Sur Global estaban creciendo rápidamente y muchos de los habitantes de estas nuevas megaciudades vivían y trabajaban de forma no planificada, creciendo así los barrios marginales. No obstante, un detalle que la autora resaltará es que en varias publicaciones, tanto académicas como de formuladores de políticas, la narrativa ha dado lugar a la metáfora de vida desechable, hasta el punto de que la metáfora del desperdicio o la desechabilidad es parte del marco teórico de una obra y cuando se toman en conjunto, “estas metáforas se convierten en un estribillo que refuerza la noción de desechabilidad humana. En otras palabras, invocar repetidamente imágenes de desperdicio, abandono, excremento, agotamiento, la basura y la eliminación […] puede llevarnos a imaginar que realmente hay personas desechables” (Millar, 2018, p. 7) en nuestra vida cotidiana. Así, ante el uso metafórico excesivo de la resiliencia, estamos menos interesados en repensar las condiciones de vida y problemas que afrontan las personas, así como sus consecuencias, por el contrario, somos animados a imaginar que sí hay personas resilientes y que debemos aspirar a ser resilientes.

Debido a los aspectos antes mencionados, los resultados de las investigaciones sobre resiliencia suelen ser inestables. Luthar; Cicchetti y Becker (2000), afirman que el progreso en el campo de la resiliencia estará limitado mientras los estudios solo sean empíricos y nos busquen articularlos seriamente con la teoría. De acuerdo con su apreciación, la resiliencia presenta marcos teóricos poco convincentes.

Por su parte, Piña (2015) dice que es un término que se ha adaptado a las diferentes disciplinas y no ha sido bien definido, ello acarrea una serie de confusiones metodológicas y de interpretación de los hallazgos y le ha situado “como una especie de concepto comodín y multiusos, al que inclusive se le confunde con otros conceptos o expresiones, como los de empatía […] afrontamiento […], etcétera” (Piña, 2015, p. 751). Y pregunta: ¿qué se quiere decir con resiliencia, o sea, es un atributo de la persona? (Piña, 2015, p. 753). Un ejemplo de esto es cuando se pregunta ¿eres capaz de resolver el problema de cuánto es 2+2? Ser capaz implica que la persona estaría en condiciones de resolver el problema; es decir, ser capaz describe la conducta en potencia (en tanto posibilidad) pero no en acto. Así que ser resiliente en tanto se es capaz, significaría estar en condiciones de hacer algo siempre y cuando se dé la oportunidad o se configure una determinada circunstancia. “Por consiguiente, si el concepto de resiliencia se aplica a capacidades, no se le puede igualar o hacer depender de conceptos tales como competencias, habilidades, autoeficacia, aprendizaje, afrontamiento y personalidad” (Piña, 2015, p. 754).

Collins (2016) argumenta que los investigadores de la resiliencia han tendido a basar sus definiciones y sus resultados enfocados en poblaciones blancas, occidentales, eurocéntricas y dominantes, mostrando poca atención a factores culturales complejos. La crítica más sostenida es aquella que señala la poca atención a la política, el poder y la cultura en los conceptos de resiliencia (Hornborg, 2013; MacKinnon y Derickson, 2012; Walker y Cooper, 2011), porque ha significado su despolitización y la presunción de que existe una igualdad de facto entre los individuos, las comunidades y las naciones para hacer frente a los desafíos (Franco, 2016; MacKinnon y Derickson, 2012). En este sentido, los países en desarrollo están en una desventaja significativa en relación con la distribución desigual de los recursos a nivel mundial y este es un punto que no suele reconocerse. Mediante el uso del concepto resiliencia y la implementación de proyectos y políticas relacionadas, los poderes estatales están alentando y, en ocasiones exigiendo, que las comunidades se vuelvan cada vez más adaptables, flexibles y abiertas al cambio. Por ejemplo, la persona resiliente que ha sido despedida no se deprime, encara con optimismo y resolución su nueva situación para convertirse en emprendedor (Franco, 2016, p.134). O’Malley (2010) analiza esto en términos del sujeto resiliente, que está moldeado por la resiliencia neoliberal para enfocarse en la fuerza personal, el individualismo y la autosuficiencia.

DISCUSIÓN

Los que no nos contentamos con la mediocridad,
los que menos aún nos conformamos con la injusticia,
somos frecuentemente designados como pesimistas.
Pero, en verdad, el pesimismo domina
mucho menos nuestro espíritu que el optimismo.
No creemos que el mundo deba ser fatal y
eternamente como es.
Creemos que puede y debe ser mejor.
El optimismo que rechazamos es el fácil y
perezoso optimismo panglosiano
de los que piensan que vivimos
en el mejor de los mundos posibles
(Mariátegui, 1959, p. 28).

Resiliencia como sumisión despolitizada

La popularización del concepto resiliencia se ha reflejado con el auge de los libros de autoayuda y las consultorías que se especializan en capacitar a las personas sobre cómo ser más resilientes (coaching), para recuperarse y afrontar mejor los desafíos de la vida (O’Malley 2010). Este discurso posiciona una batalla ficticia de ganadores versus perdedores y coincide con promover un tipo de política que promulga “responsabilidad sin poder” (Cretney, 2014, p. 632).

Esto ha llevado a afirmar que la resiliencia es un concepto profundamente conservador, empleado activamente como una herramienta para privilegiar y reforzar las ideologías políticas dominantes (Cretney, 2014). Algunas críticas se han posado por indicar que la resiliencia es un negocio y los problemas con los que está íntimamente relacionado son los problemas de poder, conocimiento, justicia y cultura (Brown, 2012, p. 47).

El término resiliencia se utiliza cada vez más en los niveles más altos de gobernanza a nivel nacional y mundial. Por ejemplo, Reino Unido ha elevado las políticas de resiliencia a una alta prioridad, mientras que la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres, el Programa Mundial de Alimentos, la Agencia Suiza para la Cooperación y el Banco Mundial tienen programas de resiliencia (Brown, 2011).

La resiliencia neoliberal hace referencia a la capacidad individual de interiorizar y asimilar positivamente los efectos negativos y las contradicciones del proceso de producción y acumulación capitalista. Una estrategia de mitigación de la indignación y la protesta social. De tal manera que se traslada a la clase explotada la responsabilidad de gestionar la peor parte del funcionamiento perverso del capital, mientras que se libera así la clase capitalista para que pueda continuar acumulando beneficios. (Franco, 2016, p.133)

Subjetividad resiliente en el neoliberalismo

Cretney (2014) sugiere que la resiliencia está conectada con la demanda de subjetividades neoliberales: “nada menos que el intento de colonización del imaginario político por parte del Estado para cultivar sujetos neoliberales dispuestos, adaptables y resilientes” (Cretney, 2014, p. 633).

El concepto de resiliencia ha cobrado fuerza en el marco político del neoliberalismo, que ha normalizado y racionalizado de manera experta los discursos de la propiedad privada, la responsabilidad individual y el dominio del mercado (Harvey, 2005). El Estado influye en dar forma a la definición como a los determinantes que se consideran dentro de la resiliencia y la adaptación en los sistemas sociales actuales (Pike et al., 2010). Así, las discusiones sobre resiliencia enmascaran las formas en que sus propios discursos refuerzan y crean narrativas políticas hegemónicas. La resiliencia se encamina a través de programas militares y de seguridad, tanto como un eslogan de autoayuda y mejora individual.

Ideológicamente, las naciones, ciudades e individuos resilientes son cada vez más atractivos como facetas de la sociedad capitalista, ya que proporcionan individuos, lugares, economías y comunidades fácilmente adaptables que pueden cambiar con las demandas de la economía global impulsada por el mercado (Cretney, 2014, p. 633).

Este discurso promueve, por un lado, asumir que la crisis es algo dado y permanente y la normalización de la hipervigilancia (sustentada por las posibles amenazas), por otro lado, la promoción de respuestas aceleradas y vacuas por el mandato de responder rápidamente frente a la emergencia.

El optimismo que se rechaza

Considerando uno de los estudios sobre resiliencia en trabajadoras y trabajadores sociales, Collins (2016) nos dice que las personas que se autodenominan resilientes soportan adversidades extremas e inaceptables cuando son los arreglos sociales los que deberían ser los objetivos de la intervención: “[…] la resiliencia puede ser un atributo vital para sumar a los sujetos endurecidos y resilientes que necesariamente intentan entrenarse en lograr una aptitud psicológica para los rigores de la competencia incesante e interminable del neoliberalismo” (Collins, 2016, p. 4). En otras palabras, los y las trabajadores sociales operan en medio de recursos limitados, cargas de trabajo cada vez mayores, múltiples demandas, preocupación por el riesgo, requisitos administrativos extensos, tensión y conflicto de roles, altas tasas de enfermedad, rotación de personal, falta de reconocimiento, aumento de la presión, el estrés y el agotamiento. Algo que también ha señalado Rojas Lasch (2018) para el caso de las trabajadoras sociales y las docentes en Chile, mostrando que la política social contemporánea se caracteriza por movilizar e incitar el desarrollo de un trabajo relacional e íntimo cuyo fin es ayudar a recuperar y reactivar la solidaridad pero bajo condiciones neoliberales, y crear una forma de vida que no parece tan atomizada, a través de actos de intensa comunión moral y cuidado. La moral neoliberal conjunta prácticas y fuerzas que se crean en oposición o críticas al neoliberalismo, pero se pliegan a él en un orden único y participan contradictoriamente en su proceso, emergiendo así nuevas formas de inequidad. Y sabemos que en la pandemia esto se ha agudizado. Pedirle al personal de salud ser resiliente en momentos como este, cuando tenemos información sobre el despojo neoliberal que se ha hecho al sector salud a nivel mundial, resultaría una práctica aún más violenta.

Cuando Jorge Alemán (Revista Consecuencias, 2017) señala que el término resiliencia está hecho a la medida exacta del capitalismo, se refiere a que parece que el concepto plantea hacer frente a las adversidades sin detenernos en cuestionar las adversidades mismas o suponer que, para todos, la adversidad tiene la misma implicación y significado, y así omitir las condiciones históricas y estructurales que genera adversidades para unos y no para otros. Por otro lado, en muchas de las definiciones de resiliencia esta capacidad de adaptación es un llamado al retorno de un funcionamiento normal, o como se ha denominado en medios de comunicación y tribunas políticas durante la pandemia, un llamado a la nueva normalidad. Ya los estudios críticos en discapacidad nos alertan sobre esto: “La pretensión de normalidad no deja nada fuera de su órbita. Y es tal que, aun no habiendo un solo caso empírico comprobado de normalidad, sigue siendo la aspiración, la meta, el horizonte” (Yarza et al., 2020, p. 25). Esta idea de normalidad adaptativa no está en el vacío sino plegada a la lógica del mercado que promueve una mano de obra útil, flexible y abierta al cambio, abierta a las condiciones de explotación que se reproducen en esta fase del capitalismo, implicando así una regulación de nuestras emociones para no incomodar y seguir produciendo. Nos oponemos al concepto de resiliencia, en tanto signifique aceptar pasivamente la realidad. Una realidad que ya es injusta para una gran mayoría de las personas.

CONSIDERACIONES FINALES

Si bien los partidarios de la resiliencia identifican potencialidades en este concepto, en este artículo proponemos que las discusiones sobre resiliencia enmascaran las narrativas que refuerzan y crean discursos políticos e ideológicos hegemónicos. El hecho de que el término se utilice cada vez más en los niveles más altos de gobernanza a nivel nacional y mundial señala su uso tanto a través de programas militares y de seguridad, como un eslogan de autoayuda y mejora individual. Todo este discurso promueve tres cuestiones: por un lado, asumir que la crisis es algo dado y permanente, la normalización de la hipervigilancia (sustentada por las posibles amenazas) y la promoción de respuestas aceleradas y vacuas por el mandato de responder rápidamente frente a la emergencia. En Trabajo Social debemos estar alertas frente al uso desmedido, normativo y normalizado del concepto resiliencia para explicar procesos personales y grupales. No podemos obviar que no es un concepto neutro, sino que tiene implicaciones políticas porque está hecho a la medida exacta del capitalismo e implica asumir pasivamente la realidad injusta para una gran parte de la población. Afirmamos que estamos contra la resiliencia porque nos oponemos a la política prescriptiva que convierte problemas políticos en asuntos morales.

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