Autor
Julio Cristián Paredes Garcés.1
Resumen
El vínculo del trabajo social con la salud mental no es nuevo, no obstante se ha transformado en un espacio desconocido y casi relegado a ser desarrollado por otras profesiones a quienes el imaginario colectivo valida como propias del campo de la salud. Este vínculo se hace aún más desconocido si lo situamos en el área de la psiquiatría forense, que poco a poco se ha transformado en un espacio laboral para el trabajo social. Sin embargo, nuestra profesión marca una presencia potente, siendo pieza fundamental de la estructura organizacional y de los procesos de intervención. Es de suma relevancia poder clarificar cuál es su objeto de acción, toda vez que permitirá posicionar a la disciplina como generadora de conocimiento y procedimientos de intervención en la Psiquiatría Forense. La reflexión que se presenta en este artículo viene del trabajo desarrollado en la Unidad de Sobreseídos Perteneciente al Servicio de Psiquiatría Forense que depende del Instituto Psiquiátrico Dr. José Horwitz Barak, ubicado en Avenida La Paz Nº 841, Comuna de Recoleta, mientras que el Servicio de Psiquiatría Forense se encuentra ubicado en Av. La Paz Nº 850, Comuna de Independencia. Santiago de Chile.
Abstract
The linkage between social work and mental health is not new. However, it has become in an unknown space and it has been relegated to being developed by other professions which the collective imagination validates as typical of the Health Field. This link becomes even more unknown if we place it in the forensic psychiatry area that has gradually transformed into a work space for Social Work. Nevertheless, our profession marks a powerful presence being an essential part of the organizational structure and the intervention processes. It is extremely important to clarify what is its action object, since it will allow to position the Discipline as a generator of knowledge and intervention procedures in the Forensic Psychiatry practice. The reflection that is presented in this article comes from the work developed in the Dismissed Unit that belongs to the Department of Forensic Psychiatry dependent by the Psychiatric Institute Dr. Joseph Horwitz Barak, located at Avenida La Paz N º 841, Recoleta , Santiago, while the Forensic Psychiatry Service is located at Avenida La Paz No. 850, Independencia, Santiago de Chile.
Trabajo Social y Psiquiatría Forense
Propuesta de su objeto de intervención
El trabajo social, como profesión, mantiene un vínculo con el área de la salud mental y la psiquiatría que no es nuevo, pero sí desconocido. Sin embargo, cuando se incursiona en el ámbito forense pueden generarse dudas e incluso desconcierto por lo nuevo de la temática para nuestra profesión. En primer lugar, se debe considerar que el trabajo social aporta una mirada distinta, capaz de integrar los aspectos psicopatológicos y los psicosociales al diagnóstico integral, ofreciendo alternativas que puedan fortalecer la rehabilitación psicosocial del paciente, de modo que este pueda desarrollarse como actor principal de su proceso de cambio y mejoramiento de su calidad de vida. Pero, ¿cuál es el rol que cumple el trabajador social en este ámbito? ¿Cuál es su objeto de acción? Esa es la tesis central de esta propuesta.
El objeto de Intervención del Trabajo Social en la Psiquiatría Forense
El Trabajo Social es una profesión orientada a la acción social y se distribuye en variadas áreas en la que el objeto puede adoptar diversas formas. Es por ello que se consideraron los planteamientos de Teresa Zamanillo, desde la perspectiva del “malestar social” (Zamanillo, 1992), respecto del cual se debiera interiorizar en dos aspectos centrales de la materia-objeto: el origen y la vivencia de dicho malestar. Al hablar del origen, se hace alusión a la estructura de los problemas sociales, entendiendo que ésta bloquea la autonomía de las personas que se ven enfrentadas a éstos fenómenos. Por otro lado, desde su vivencia, los fenómenos relacionados generan perturbaciones en distintos ámbitos de la vida de las personas que los padecen.
Desde este punto de vista, podríamos decir que el objeto apunta a los fenómenos que componen dicho malestar social y que en este caso convergerían en la exclusión social que viven los pacientes psiquiátricos que han cometido delitos. Esta exclusión se da en el marco de la estructura legal y cultural de la sociedad en la cual nos encontramos y que genera situaciones de marginalidad social, limitando así las posibilidades de rehabilitación y reinserción social efectiva de los pacientes.
Se está frente a un fenómeno abordado por la Psiquiatría Forense, en el que el sujeto aparece como portador de un doble estigma: padecer una patología psiquiátrica y haber cometido un delito. El padecimiento de este “malestar social” por parte de los pacientes forenses implica, además de las limitaciones propias de la enfermedad, deterioro en sus relaciones sociales, perturbaciones a nivel de relaciones familiares, laborales e incluso comunitarias. En síntesis, este malestar social que se genera por un desconocimiento de la enfermedad mental y sus características, sumado al estigma legitimado por haber cometido un delito, contribuye a que, como efecto dominó, la rehabilitación y reinserción comunitaria se obstaculicen. Vemos claramente que este malestar social sentencia a los pacientes psiquiátricos a apartarse del medio social.
Lo común en Psiquiatría Forense es que el delito cometido por el paciente sea llevado a cabo en pleno desarrollo de su patología, que en la mayoría de las veces no ha recibido la atención necesaria a través de un tratamiento riguroso por desconocimiento, sumado esto a historias de vida que en nada favorecen su condición psiquiátrica. Desde la perspectiva del objeto del malestar social, la génesis de su conflicto viene de un medio social conflictivo y desinformado, que inhibe sus cualidades y fortalezas. Esto produce que el sujeto esté preso en un permanente sentimiento de inseguridad, porque está inmerso en una sociedad que percibe como confusa, opresora y que lo abruma; se ve a sí mismo como carente de autonomía, donde los intereses de otros dominan, le imponen un plan de vida. Esto lo conduce a una profunda alienación de la sociedad y de sí mismo.
Desde la vivencia, el padecimiento de la patología (entiéndase como su enfermedad) merma la capacidad del sujeto de socializar y de poder reintegrarse como un actor comunitario influyente o de plena participación. También tenemos los efectos de la institucionalización, que provocan el empobrecimiento de las habilidades e interacciones sociales en las que la institución hospitalaria determina el ritmo y la intensidad de las relaciones y el desempeño de sus roles sociales (Castro & Paredes, 2007). El estar inmerso en un sistema institucionalizado priva a los pacientes del vínculo con la red comunitaria, condición que se aprecia con mayor potencia en los pacientes forenses. Esto se debe a que ellos están sometidos a una medida de seguridad debido a su condición legal, es por ello que deben llegar al centro de salud mental para el cumplimiento de su tratamiento. Si mantienen contacto con la red social, es prácticamente con aquella de carácter asistencial, que si bien le brinda un servicio, no logra de manera plena activarle y reinsertarle.
En otras palabras, el trabajo social se enfrenta a un inmenso desafío, debiendo validarse en la intervención en salud mental y, en segundo lugar, “convertirse en un agente que detecta necesidades y conflictos” (Zamanillo, 1992, p72). Debemos considerar entonces que claramente el trabajador social debe ser un profesional que acompañe y apoye al paciente en su validación como sujeto partícipe de su rehabilitación psicosocial, siendo el principal insumo, apoyándose en la comunidad y en su núcleo familiar. Es aquí donde se ratifica la labor terapéutica no validada por parte de los trabajadores sociales.
Para reafirmar estos dichos debemos examinar algunos postulados teóricos referentes al objeto del trabajo social.
Acerca del objeto en trabajo social
Cuando se revisa la literatura que habla del trabajo social, se dejan entrever diversas posturas en relación a su objeto de intervención. Por ejemplo, Natalio Kisnerman señala que “es una intervención intencionada y científica, por lo tanto racional y organizada en la realidad social para conocerla, transformarla, contribuyendo con otras profesiones a lograr el bienestar social de la población” (Kisnerman en Mastrangelo, 2002, p.21).
La Real Academia de la lengua Española señala que: “el objeto de las ciencia es la materia o asunto de la que se ocupa una ciencia o estudio”. De igual manera que la búsqueda del propósito del trabajo social, el objeto varía en sus propuestas. Boris Lima señala que “los objetos y los propósitos no pueden ser otros que la concientización, politización, organización y participación de ese mismo hombre en busca de la liberación” (Lima, 1975, p106 en Mastrangelo, 2002, p22). Otra postura indica que “el objeto de intervención es el espacio que se genera entre el tránsito entre la población (individual, grupal, colectiva) y el servicio que entrega la institución” (Mendoza Rangel, 1990, p23).
Según plantea Rosa Mastrangelo, de las definiciones hasta ahora existentes en cuanto al objeto, existe una gran variedad de significados que interpretan la razón de ser del trabajo social, y por otro lado, resulta patente la globalidad, la generalidad y hasta la ambigüedad con que es presentado su objeto. Ander Egg señala el objeto como “aquello con lo que trabaja una disciplina para conocerlo y luego transformarlo” (Kisnerman, 1981: 119). Si se procura conocer para transformar, y si no está lo suficientemente claro lo que se va a conocer, ¿de qué manera o qué cosa se va a transformar? Es muy probable que el problema del objeto provoque una ambigüedad en la reflexión ,así como también en la distinción de los otros espacios laborales con los que también, dentro de sus objetos de estudio, se vincula a las personas, lo que le da un lugar eminente a un perfil práctico “al servicio de otras disciplinas”, lo que resulta un obstáculo a la hora de desarrollar conocimientos propios (Mastrangelo, 2002, p31).
Es complejo, pues los cuerpos teóricos antes mencionados provienen de disciplinas que poseen otros objetos de intervención. Se piensa que el peor error en que se ha caído al elaborar una definición del objeto en trabajo social desde una perspectiva sólo práctica y no conceptual, en palabras de Lourdes Gaitán, es que “se ha ignorado que la aprehensión intelectual de los problemas es una cuestión previa al modo de resolverlos” (Zamanillo, 1991, p. 66). En tal sentido el aporte que realiza Sierra Bravo a la discusión resulta interesante: “el objeto goza de sentidos amplio y estricto. En Sentido amplio, el objeto de conocimiento en su conjunto es el mundo exterior. Éste está dotado de una existencia independiente del pensamiento del hombre. En sentido estricto, el objeto no es la cosa o fenómeno parte del mundo exterior conocidos, sino lo que hay de inteligible en esa cosa capaz de ser percibida y captado en el acto de conocimiento” (Sierra, 1984; p18). No solo es una materia de conocimiento de índole analítico, cumple la función propia de estar inmerso en un medio o realidad propia compleja y cambiante, lo que particulariza su reflexión y claramente sus procedimientos de intervención. Aparece con fuerza el concepto de objeto-sujeto. La definición de un objeto no puede ser hallada de una forma empírica o medible en la realidad, pues no está formado por relaciones reales entre las cosas, sino que responde a relaciones conceptuales entre enunciados (Aylwin, 1980).
Otra definición del objeto dice que “está vinculado con alguna dimensión de la realidad, es una creación de la mente humana, pertenece a un universo temático, abstracto, que no tiene como tal vida propia, si no que en sus manifestaciones particulares concretas” (Samaja, 1994) y, además, se transforma en un área que posibilita métodos y reflexión epistemológicas propias de una profesión, que desde su práctica genera conocimientos específicos. Si vemos que la realidad es compleja, y que cada fragmento de ella también lo es, podemos decir que el objeto de intervención posee las mismas características, ya que deriva de la realidad; es más, forma parte de ella en una relación complementaria y dialéctica. Es por ello que vemos que el objeto de intervención es uno, pero a la vez se sabe que tiene múltiples partes que a su vez también pueden transformarse en otros objetos, lo que complejiza aún más su abordaje. Así también se hace difícil la existencia de un método propio de los trabajadores sociales, pues falta concreción en el objeto con otros propios de saberes a fines (Zamanillo, 1991, p. 66).
El campo de acción de la Psiquiatría Forense
Junto con la discusión del objeto, es importante poder conocer el campo donde se desenvuelve la propuesta de este artículo. Primero, es importante señalar que la psiquiatría legal y forense es una subespecialidad de dos especialidades oficiales: la medicina legal y forense y la psiquiatría. “El tronco original de la medicina legal, también denominada sinónimamente como judicial o forense, surgió hace siglos cuando en la práctica legal se requirió la presencia de médicos en algunas de sus aplicaciones, nació como auxiliar del derecho, con carácter insustituible, sin la cual no se concibe una recta Administración de Justicia” (Carrasco, 2006, p. 69). Las denominaciones “legal” y “forense” se emplean en muchas ocasiones, indistintamente, siendo la más utilizada la de Psiquiatría Forense, cuando se trata de asuntos relacionados con la administración jurídica. Por su parte, la American Borrad of Forensic Psychiatry (AFBP) y la American Academy of Psychiatry and The Law (AAPL) definen la Psiquiatría Forense como una subespecialidad de la psiquiatría en la que un peritaje científico y clínico se aplica a aspectos legales en contextos legales que abarcan materias civiles, penales, penitenciarios o legislativos (Carrasco, 2006).
Psiquiatría Forense en Chile
La historia de la psiquiatría forense en Chile se remonta a 1877, periodo en el cual ingresa el primer paciente con problemas judiciales a la “Casa de Orates”, actual Instituto Psiquiátrico Dr. José Horwitz Barak.
En 1927 se promulga el decreto Nº 68, que dictamina la creación de “pabellones especiales para el funcionamiento de asilos de temperancia y enfermos que se hallaren sometidos a la acción de la justicia” (Ortiz, 2007, p3). En 1940 comienza a funcionar el Depto. Judicial en el Manicomio Nacional. En 1972 se crea el departamento de crónicos. En 1993 se crea la Comisión Salud Justicia, conformada por la Subsecretaría del Ministerio de Salud y Justicia, a raíz de evacuar de los recintos penitenciarios a las personas declaradas “locos o dementes”, de acuerdo al artículo 10 N° 1, del Código Penal. Cabe mencionar que paralelamente al Servicio Médico Legal, institución dependiente del Ministerio de Justicia, se desarrolla la Psiquiatría Forense como organismo auxiliar del poder judicial, cuyo rol se centra en la realización de pericias psiquiátricas en el contexto de juicios civiles y del crimen (Ortiz, 2007, p 4).
La existencia de un Depto. de Enfermos Mentales Crónicos para recibir a aquellos portadores de enfermedades mentales con problemas judiciales se encontraba enmarcado en el contexto de un modelo asilar, sin que hubiese un programa de rehabilitación y reinserción social, egresando los pacientes en muchos casos sólo al momento de su fallecimiento (Ortiz, 2007, p4). Este modelo se mantuvo hasta los años noventa. A fines de los noventa surge en Chile la necesidad de crear un Plan Nacional de Psiquiatría y Salud Mental, que permitiese erradicar el concepto asilar de la psiquiatría, abriendo una mirada más comunitaria. En el marco de esta reforma, los hospitales psiquiátricos dejan de realizar ingresos en sus camas de pacientes crónicos, porque en 1998 se destinan 40 camas para los pacientes que se encuentran sobreseídos por la justicia, lo que se tradujo en una amplia lista de espera de cientos de personas con patología mental que residían en recintos penitenciarios. A fin de otorgar una respuesta a esta problemática, nace el Sistema Nacional de Psiquiatría Forense (Ortiz, 2007, p4). Así ve su nacimiento el Dpto. 2 Judicial del Instituto Psiquiátrico Dr. José Horwitz Barak, actual Servicio de Psiquiatría Forense.
Servicio de Psiquiatría Forense
La reflexión que se presenta en este artículo viene del trabajo desarrollado en la Unidad de Sobreseídos Perteneciente al Servicio de Psiquiatría Forense, que depende del Instituto Psiquiátrico Dr. José Horwitz Barak, ubicado en Avenida La Paz Nº 841, Comuna de Recoleta; mientras que el Servicio de Psiquiatría Forense se encuentra ubicado en Av. La Paz Nº 850, Comuna de Independencia, Santiago de Chile.
El Servicio de Psiquiatría Forense es una unidad perteneciente al Instituto que trabaja con personas que se han visto enfrentadas a conflictos con la justicia, orientando su quehacer a dos grandes áreas de atención: evaluación de individuos que presentan alguna enfermedad mental con el objeto de realizar pericias que determinen si al momento de cometido el ilícito actuó afectado por su patología de base; y atención en sistema de hospitalización a aquellas personas que, habiendo cometido delitos, son sobreseídos, es decir, el tribunal que lleva su causa estima que, de acuerdo a la investigación y evaluación, debía eximirlo de responsabilidad penal de acuerdo al Art. 10 Nº 1 del Código Procesal Penal.
Perfil del paciente del servicio de psiquiatría forense
Hasta antes de la Reforma Procesal Penal en el 2005, los pacientes en su mayoría habían permanecido por años en los recintos penitenciarios, en espera de cupos en el Dpto. Judicial de este Instituto.
Los pacientes del Servicio de Psiquiatría Forense son de estrato socioeconómico bajo (Servicio de Psiquiatría Forense, 2007). Se presume al respecto que se trata de un problema que tiene que ver con el desconocimiento de las familias y comunidades en materias de salud mental. Junto con esta variable es importante mencionar que la mayoría de ellos proviene de un contexto que no les permite tomar y dar continuidad a un tratamiento psiquiátrico adecuado y que responda a las reales necesidades del sujeto.
Por otro lado, se identifica también, a partir de la caracterización socioeconómica general, que en las comunidades en las que estaban insertos los sujetos, anteriormente a su hospitalización, se vive un clima de discriminación e incomprensión respecto a la enfermedad mental que les aqueja (Servicio de Psiquiatría Forense, 2007, p1). Es por esta misma condición de origen que los pacientes se ven en ocasiones obligados a permanecer por más tiempo del que corresponde en el Servicio Forense, al no disponer de los medios económicos para mantenerse por sí mismos, sumado esto a que un gran porcentaje de ellos no cuenta con redes familiares de apoyo en el proceso de rehabilitación, ya que muchos provienen de familias disfuncionales y/o están imputados o fueron sobreseídos por delitos que tienen que ver directamente con daños a la familia (Servicio de Psiquiatría Forense, 2007).
En la Unidad de Sobreseídos la vida diaria se desarrolla en un ambiente de hospital, donde cuentan con espacios de recreación, sala de estar y otros, que les permite relacionarse directamente, pero a pesar de esto no nacen espontáneamente lazos afectivos entre los pacientes, “muchos de ellos señalan que no se conocen y que jamás han cruzado una palabra” (Servicio de Psiquiatría Forense, 2007, p4). Es posible observar que al interior del recinto se agrupan entre ellos, defendiendo sus intereses y espacios territoriales, ya que por su paso por recintos penitenciarios muchos han adquirido conductas “carcelarias” que los llevan a aprovecharse de los pacientes más débiles. Esto incide en que vivan en un permanente clima de desconfianza, preocupados de sus pertenencias y de su integridad física, perjudicando esto la comunicación al preferir muchos de ellos permanecer aislados (Servicio de Psiquiatría Forense, 2007).
Pese a que se trate de un sistema mucho menos estricto que el carcelario, se cumple con ciertas normas. Es así como también existe una pauta diaria estructurada que no se debe olvidar y que incluye los horarios de las comidas, los horarios de dormir y los horarios de medicamento que corresponde a cada uno de ellos según sus requerimientos. En el ámbito de la hora de levantarse, se observa que no se les exige estar levantados a una hora establecida, es más, hay algunos que prefieren estar acostados todo el día y se levantan sólo para comer (Servicio de Psiquiatría Forense, 2007). No obstante indican que sienten una importante pérdida de libertad, incluso los que tienen autorización para salir durante el día, porque dependen del permiso de un médico para hacerlo (Servicio de Psiquiatría Forense, 2007).
Dentro de este perfil podemos encontrar las siguientes patologías que se dan en el Servicio de Psiquiatría Forense, concretamente en la Unidad de Sobreseídos: esquizofrenia 46%, alcoholismo 9%, retardo mental 3%, daño orgánico cerebral 9%, epilepsia 14%, trastorno delirante 6%, trastorno de la personalidad 3% y psicosis de base orgánica 3% (Elgueta, 2012). Así también es posible evidenciar que los delitos que existen se distribuyen en: parricidio 9%, homicidio 26%, robo 11%, delitos sexuales 9%, delitos de lesiones 14%, incendio 6%, maltrato de obra a carabinero 6%, homicidio frustrado 9%, desacato 6%, amenazas 3% y porte ilegal de armas 3% (Elgueta, 2012).
El Trabajo Social en el Servicio de Psiquiatría Forense
La labor del Trabajo Social en esta institución es fundamental. Allí se llevan a cabo acciones que van desde lo administrativo, como el trabajo de coordinación del recurso humano de la institución, pasando por la más común y conocida en la práctica de esta profesión, como es el trabajo comunitario y la atención de caso. Dentro de la atención de los pacientes, junto con considerar las variables de carácter médico, se considera el aspecto psicosocial. El trabajo social en este programa desarrolla una evaluación diagnóstica de la población atendida. Para este tipo de acción se utilizan diferentes técnicas, tales como:
Con el paciente: a) entrevista inicial del paciente; b) en algunos casos lograr la identificación vía obtención de documentos (certificados de nacimiento u otros); c) postulación y/o tramitación de beneficios previsionales, vivienda, salud; d) visitas domiciliarías para contactar familiares; e) gestión de redes para colocación en hogares de adultos mayores, hogares protegidos, hogares extrainstitucionales, comunidades terapéuticas, etc.; f) derivación de casos con informes sociales según corresponda; g) elaboración de informes sociales de apoyo a las gestiones que correspondan al cambio de la sentencia de medida de seguridad. Con la familia: a) localizar familia aun cuando el paciente no está en condiciones de entregar información, aplicando la técnica de la visita domiciliaria; b) entrevista de ingreso al grupo familiar; c) diagnóstico familiar y diseño de un plan de acción; d) crear y/o reforzar vínculos entre el paciente y la familia, viajando con ellos a la casa de familiares, dado que en ocasiones han perdido contacto durante años (vagancia, periodos largos de reclusión); e) educación psicosocial a las familias; f) orientación y derivación a los familiares de los pacientes para obtención de beneficios que potencien y faciliten la reinserción familiar; y g) mantener coordinación constante con redes comunitarias intra y extrasectoriales (salud, vivienda, justicia, etc.). Es su labor también realizar la búsqueda de datos relacionados con el historial psicosocial, de vida familiar del paciente, y una intervención propia en nuestra profesión. Por lo tanto, se hace sumamente prioritario e importante establecer y definir un objeto de intervención. La intervención también contempla un manejo amplio de la red de salud, de manera de poder generar estrategias de derivación que puedan apoyar el tratamiento del paciente.
El Trabajo Social en el Servicio de Psiquiatría Forense y la discusión de su objeto de intervención
Frente a lo antes expuesto, podemos dar cuenta de que “la riqueza del foco de intervención no corresponde a un solo aspecto de la sociedad, si no a sus posibilidades concretas de transformación” (Gissi, 1989, p17). Esta fortaleza le permite adaptarse a los sectores en los que se divide la sociedad y poder en forma efectiva intervenir. En tal sentido, la versatilidad del objeto de la psiquiatría Forense en Trabajo Social tiene la capacidad de transformarse y a su vez ofrecer a la profesión la oportunidad de innovar y construir. En el caso de la salud mental, es un terreno que, desde la rehabilitación psicosocial, ofrece campos para la profesión, ya que este busca que el sujeto vuelva a ser parte de la comunidad y que se perfile como un actor participativo en el medio social, por lo tanto se debe buscar en sus propias capacidades para lograr un cambio y que el bienestar del sujeto sea la finalidad y objetivo de esta profesión.
Hasta ahora el trabajo social se ha limitado a complementar parte del historial clínico del paciente, así como también cumplir con una labor de carácter asistencial (desde la tramitación de cedulas de identidad, posesiones efectivas, vinculación con red familiar de apoyo). El profesional de esta área realiza una labor educativa, y en tal sentido el trabajo social se las ha arreglado para validar de manera informal este espacio. Claramente se puede entender como una profesión auxiliar, que apoya y complementa; por lo tanto, si de estado de arte se trata, hay que crear un espacio propio para la profesión, pero que sea capaz de interactuar con las demás profesiones, entendiendo la mutua reciprocidad que se tiene y que es necesaria para la generación de conocimiento.
En el medio de la salud mental, los pacientes reconocen en los profesionales el área en las cuales les pueden ayudar. Es decir, en los médicos psiquiatras reconocen la atención de salud, en los psicólogos el apoyo de tipo cognitivo, pero finalmente en la figura del trabajador social se concentra la mayor cantidad de demandas de acuerdo a sus necesidades y sus inquietudes personales. Esta profesión se transforma en un puente entre los pacientes y sus inquietudes (Castro & Paredes, 2007).
Por lo tanto, la acción del trabajo social se apoya principalmente en las potencialidades del sujeto y va encaminada a maximizar su crecimiento y minimizar o, mejor dicho, hacer una reconversión de los aspectos que le causan limitaciones de manera que pueda enfrentar con mejores condiciones las demandas de la vida cotidiana de su realidad social. Para la intervención en lo psicosocial se debe tener un conocimiento del entorno social en el que se desarrolla nuestra actuación, tanto en los problemas que presenta como en las posibilidades que ofrece. También supone potenciar las habilidades sociales de los pacientes en la reincorporación de los residentes en el medio comunitario, ya que, como se dijo antes, el haber estado privado de libertad ciertamente merma su capacidad de socializar. Junto con ello se debe tener en consideración el elemento del doble estigma que padecen y del que en su gran mayoría los pacientes se encuentran en conocimiento (Caballe, 2004).
Desde esta perspectiva, el trabajador social de la salud mental busca mejorar la calidad de vida de la población, promoviendo el desarrollo de las potencialidades para que individuos y familias asuman el protagonismo en el cuidado de la salud. El trabajo social contribuye a que los equipos de salud incorporen elementos sociales y culturales tanto en el diagnóstico como en la definición de la enfermedad y la intervención. La mirada del trabajador social permite que el llamado “paciente” pueda ser observado en su integralidad, por sobre el diagnóstico, y generar una propuesta inclusiva para su tratamiento.
Inclusiva, pues se considera al paciente en el centro del proceso del tratamiento como más allá de su observación, por sobre la vigilancia del panóptico. También considera lograr cambios en el desempeño de los roles y patrones de interacción entre familiares y pacientes, a fin de permitir el control de la disfunción en la dinámica familiar, potenciando factores de crecimiento que le permita entender a la familia la patología del paciente de manera que pueda convertirse en un apoyo importante. Es por ello que la profesión, con su mirada holística e integral, encuentra un objeto amplio que requiere de algo más que una discusión epistemológica, esto es una puesta en marcha de su accionar y desde allí extraer la riqueza propia de su intervención, generando un espacio validado de intervención (Castro & Paredes, 2007).
Podemos ver que en esta área existe un terreno sumamente interesante, dado que el estado del arte es muy joven, dejando la posibilidad de validar un terreno de conocimientos y generar modelos teóricos desde la experiencia, pues tal como plantean Schütz y Luckmann, “es importante destacar, ante todo, que los órdenes de la realidad no se constituyen mediante la estructura ontológica de su objeto, si no que más bien mediante el sentido de nuestra experiencia” (Schütz, 1977, p41).
Entonces, ¿cuál es el rol del trabajo social? Esta profesión es el agente invitado para lograr un cambio en la calidad de vida del paciente, pues cuenta con las herramientas para lograrlo. Fundamentalmente, se persigue que el paciente logre valorizar e interiorizar sus fortalezas y así poder iniciar una interrelación entre la capacidad del paciente de adaptarse a las demandas del entorno social y también la adaptación de este entorno al sujeto, comprendiendo su condición y haciéndose participe de su rehabilitación con miras hacia mejorar su calidad de vida.
El ejercicio del Trabajo Social en el campo Forense comprende que el rótulo de paciente psiquiátrico está en el imaginario colectivo e incluso en el mismo paciente. Desde este punto de vista, la sociedad se detiene sólo en lo que el paciente no puede hacer, debido a que las condiciones de salud que posee lo limitan en lo socialmente establecido, sin contemplar que esta persona pueda estar capacitada en muchos otros aspectos.
Si el objeto se encuentra situado en el “malestar social”, la incorporación del trabajo social se hace imprescindible, posicionando al sujeto (paciente) en el centro de la intervención de carácter integral, más allá de la patología, centrado su labor en las fortalezas y oportunidades que el paciente posee •
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- Trabajador Social. Universidad Tecnológica Metropolitana. Magister en Trabajo Social. Competencias para la Acción Socioeducativa, Universidad Tecnológica Metropolitana. Magister (C) en Antropología Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Diplomado En Comunicación Organizacional y Liderazgo Universidad Tecnológica Metropolitana. Trabajador Social con experiencia en el ámbito de la Salud Mental y Psiquiatría, fundamentalmente en el campo de la Psiquiatría Forense. Me desempeñe durante 7 años en el Instituto Psiquiátrico. Dr . José Horwitz Barak en el Servicio de Psiquiatría Forense. Actualmente Jefe de Unidad de Programa, San Francisco Javier de la Fundación Rostros Nuevos. Docente de la UTEM en el Campo de Psiquiatría y Salud Mental y con experiencia en docencia universitaria en el campo de las prácticas.