Artículo Cuaderno de Trabajo Social, n.º 13, 2019

Transformaciones estructurales y subjetividades: violencias urbanas desde arriba y desde abajo en Santiago de Chile

Autor(es)

Juan Carlos Ruiz Flores

Secciones

Sobre los autores

RESUMEN

El marco de este trabajo es poner de manifiesto el papel que juega la violencia en la vida real de las personas que viven en condiciones de exclusión económica y social. Por lo tanto, aborda cómo sus subjetividades y experiencias de la vida cotidiana se forjan, moldean y cambian dentro de un paisaje de violencia como telón de fondo. A través de una etnografía realizada en la población José María Caro, se analizan las dinámicas espaciales del estigma y la exclusión en las cuales las violencias ocurren; y el rol del Estado en relación con las violencias, en términos de su contribución a ellas y cuán presente o ausente está en el territorio. La neoliberalización de las relaciones sociales y la comodificación de la violencia parecen responder a parámetros de gobermentalidad neoliberal, donde las violencias tienden a concentrarse en territorios delimitados en el corazón de la metrópoli.

ABSTRACT

The framework of this work is to highlight the role that violence plays in everyday life of people living in conditions of economic and social exclusion. Therefore, it addresses how their subjectivities and experiences of daily life are forged, shaped and changed within a landscape of violence as a backcloth. Throughout ethnography work carried out in the José María Caro settlement, the spatial dynamics of stigma and exclusion in which violence occurs are analysed; and the role of the state in relation to violence, in terms of its contribution to them and how present or absent it is in the territory, it is developed. The neoliberalisation of social relations, and the commodification of violence seem to respond to parameters of neoliberal governmentality, where violence tends to be concentrated in delimited territories in the heart of the metropolis.

 

1. INTRODUCCIÓN

El objetivo de este trabajo es analizar desde los discursos y vivencias de los habitantes, las diferentes formas de violencias que ocurren en un barrio en contexto de exclusión ubicado en el pericentro de Santiago. Se analizan en particular las dinámicas espaciales del estigma y la exclusión en las cuales las violencias ocurren; el rol del Estado en relación con las violencias, en términos de su contribución a ellas y cuán presente o ausente está en el territorio. La principal conclusión de mi trabajo es que hay un proceso simultáneo, de largo plazo, en el cual las violencias se ejercen desde arriba y desde abajo en La Caro, interactuando entre sí y a su vez moldeando la experiencia diaria de los habitantes de la población.

Este análisis se enmarca en las dinámicas de clase, la violencia y el control social en el contexto de intensa fluidez del capitalismo tardío (Ferrell, Hayward y Young, 2008). Young (2007) sostiene que las fuerzas sociales invisibles cristalizadas en la imagen del «turbo-capitalismo” generan una subclase de los económicamente redundantes y bolsones de alta criminalidad en algunas áreas específicas de las grandes ciudades que permiten que las violencias golpeen con más fuerza en los distritos más desfavorecidos (Young 2007). Los espacios locales son considerados cada vez más como arenas institucionales claves para la investigación de procesos espaciales globalizados (Brenner y Theodore, 2002). Las ciudades son consideradas como nodos donde cada una de estas tendencias globales interactúan entre sí en maneras distintas y complejas, por lo que emergen como un momento territorial o escalar en una dinámica transurbana. En particular, Ward (2012) propone la nomenclatura para los barrios excluidos periurbanos latinoamericanos como innerburbs, ya que combinan lo peor de la vieja y pobre periferia urbana, entretejida en el entramado urbano actual (Ward, 2012). Al mismo tiempo, sus habitantes enfrentan el dilema de las zonas pobres periurbanas (Young, 2003); estar culturalmente incluidas en la búsqueda de la movilidad social pero al mismo tiempo social y económicamente excluidas. En este sentido, el pericentro de la ciudad latinoamericana acoge tanto nodos claves de inversión masiva de capitales y zonas urbanas de bajos ingresos que se encuentran bajo de la sombra de la violencia y el estigma (Eckstein, 1990), por lo que se convierte en un nodo de procesos transfronterizos donde una forma negociada de regulación capitalista se forja (Brenner y Theodore, 2002; Sassen, 2000).

Por un lado este trabajo discute con las llamadas fuerzas del capitalismo tardío que imponen diversas violencias estructurales sobre las comunidades populares urbanas (Wacquant, 2007; Wilson, 1987; Sassen, 2006). A su vez, también problematiza las capacidades locales de hacer frente a los contextos de exclusión y violencia desde los espacios micro-sociales (Anderson, 2002; Bourgois, 2003; Hobbs, 1988; Caldeira; 2000). Para ello se propone la distinción desde arriba y desde abajo como elemento central de la discusión sobre las violencias, particularmente en la distinción macro-micro niveles de análisis (Collins, 2011; Wacquant, 2008; Wieviorka, 2014). En este trabajo, las violencias entendidas desde arriba y desde abajo son analizadas como fenómenos difusos que están mutuamente interconectados. Junto con ello, la construcción de las violencias está fuertemente supeditada a las percepciones y los valores locales, por lo que las violencias son consideradas como fenómenos multidimensionales expresados en diferentes niveles, desde la violencia interpersonal a la estructural, tal como lo han entendido Moser y McLlwaine (2010) o Bourgois (2001). En este sentido, hay más de un tipo de violencia y es necesario considerar sus dimensiones culturales, sociales e históricas y no solo estar limitado a un enfoque criminológico específico (Iadicola y Shupe, 2012; Wieviorka, 2014).

 

1.1. El caso de estudio

La comunidad de estudio, la Población José María Caro, es un sector estigmatizado por sus niveles de exclusión y de violencia en Santiago de Chile (Flock, 2005). La Caro, como la llaman sus habitantes, se encuentra emplazada en la comuna de Lo Espejo, zona sur poniente de la ciudad de Santiago. En términos urbanos, ya no se encuentra en la periferia física de la ciudad (ver Figura 1) debido al crecimiento de los últimos sesenta años (Truffello e Hidalgo, 2015).

Figura 1. Plano de ubicación de la población José María Caro dentro de Santiago en 1959

Fuente: Godoy y Guzmán (1964).

Hoy en día La Caro está ubicada en el pericentro de la ciudad (ver Figura 2), y reúne varias condiciones singulares que hacen interesante su estudio desde la perspectiva planteada. Por un lado, desde su fundación en 1959, ha sido emblemática y parte importante de la historia urbana de Santiago; fue la primera gran población construida por las primeras políticas masivas de vivienda (De Ramón, 1990); fue parte importante del movimiento de pobladores que participó activamente en la política chilena hasta el golpe de Estado de 1973 (Garcés, 2002); fue una de las poblaciones combativas que formaron parte de la resistencia política a la dictadura de Pinochet (Schneider, 1991). En los últimos años ha vuelto a ser protagonista de los movimientos sociales al conformar uno de los nuevos movimientos urbanos en defensa del lugar (Parraguez, 2012). Por otro lado, actualmente, es considerado un lugar peligroso, al punto que ha sido foco de las políticas de seguridad en barrios críticos por parte del Estado (Ruiz, 2012).

Figura 2. Plano de ubicación de la población José María Caro en la actualidad

Los temas planteados se trabajaron a través de una investigación etnográfica ya que ella se considera una de las metodologías más adecuadas para obtener un conocimiento confiable sobre el comportamiento transgresor como la violencia (Adler, 1993; Hobbs, 2001). Entre 2011 y 2012 entrevisté personas, estuve viviendo, salí de La Caro, pero siempre fui parte de su comunidad y cotidianeidad. Por lo tanto este texto enfatiza en el análisis las experiencias de vida de los pobladores y pobladoras así como la manera en que viven, describen y analizan las violencias. Este es un proceso de cartografía la complejidad social y, por otro lado, da voz a los sujetos para que se refieran a su propia realidad como objetivo válido de la investigación social. (Ragin y Amoroso, 2010).

La aproximación etnografía me permitió obtener una descripción densa de la vida cotidiana de La Caro y ayudar a distinguir los guiños de los tics en los discursos y comportamientos de las personas (Geertz, 1973, p. 16). Utilizar este enfoque fue particularmente útil para distinguir los discursos de las personas de las prácticas reales, ya que solo a través de la observación participante, y la interacción cotidiana es posible aprender sobre los mundos ocultos más allá de los discursos oficiales. Como afirma Goffman (1961), una buena manera de aprender sobre cualquier mundo social es someterse a la ronda diaria de pequeñas contingencias a la que están sujetos, en compañía de sus testigos más cercanos. En consecuencia, la mayor parte de mi trabajo de campo se dedicó a la clásica observación participante, es decir, caminar, hablar y mirar lo que estaba pasando allí. Aunque la observación participante es el método predominante de investigación, también fue complementado con entrevistas etnográficas ampliaron y profundizaron algunos elementos de las observaciones, para aclarar lo que no es posible observar (Burgess, 1984).

El análisis que se presenta a continuación se hace a través de la descripción etnográfica que el espacio de la comunicación a través de artículos permite, por lo que en muchas ocasiones se recurre a trabajos ya publicados o la literatura disponible, para sustentar las afirmaciones que cristalizan el análisis realizado.

 

1.2. Desde arriba y desde abajo

La distinción desde arriba y desde abajo es parte del debate permanente en el estudio de las violencias, particularmente en la distinción macro-micro niveles de análisis (Collins, 2011; Wacquant, 2008; Wieviorka, 2014). Collins (2011) afirma que los niveles micro y macro siempre desafían los debates sobre la violencia. Todo sucede en el nivel micro; es aquí donde la acción humana se lleva a cabo, y donde las fuerzas causales se expresan. Pero la realidad micro se extiende a cualquier instante en el tiempo y en el espacio, conectando los micro eventos con macro modelos más grandes. En este trabajo, las violencias entendidas desde arriba y desde abajo son analizadas como fenómenos difusos que están mutuamente interconectados. Estos no son simplemente un nivel contra otro; en cambio, son diferentes elementos de la vida social que deben ser vistos en su influencia recíproca. Siguiendo a Roberts (2006), los niveles micro y macro se pueden –y deben ser– estudiados ambos por derecho propio, así como operando juntos de una manera dinámica y relacionados entre sí.

En los apartados a continuación, se vinculan las nociones trabajadas en el terreno sobre las violencias, con la discusión teórica contemporánea. En el diálogo permanente entre aproximación conceptual y los datos construidos con la comunidad, por violencia desde arriba, los habitantes significan al menos tres cosas distintas. Por un lado, se refieren a las políticas espaciales ejercidas sobre ellos desde su llegada a La Caro, lo que comprendió varias etapas distintas, desde las políticas urbanas de planificación para la construcción del asentamiento, pasando por las estrategias de fragmentación de los gobiernos locales durante la dictadura, y por último considera lo que los habitantes de La Caro denominan la traición política de las elites durante la democracia neoliberal instituida desde 1990 en adelante. En segundo lugar, ellos también hablan de violencia desde arriba cuando se refieren a la represión política durante la dictadura y las formas de policiamiento durante la democracia que los trata como ciudadanos de segunda clase. En tercer lugar –y profundamente relacionado con lo anterior pero a la vez mas allá del mero ámbito estatal– los habitantes identifican el estigma que el resto de la ciudad ejerce sobre ellos y el sistema que intenta capturarlos y aniquilarlos.

A su vez, los habitantes se refieren a diversas cosas cuando hablan de violencia desde abajo. Primero, hacen referencia a cierto ambiente difuso de agitación que caracteriza ciertas momentos en el barrio: peleas después de los partidos de fútbol los domingos en la tarde, peleas callejeras, agresiones perpetradas principalmente por adictos a las drogas en la calle, y especialmente en los últimos años, tiroteos y balas locas de día o de noche.

En segundo lugar, la violencia desde abajo también significa para ellos la violencia sistemática ejercida por sus propios vecinos. Durante la dictadura esto se expresó en la guerrilla urbana que luchaba contra la represión política del régimen, que a pesar de resistir la represión del Estado, colateralmente afectó a los propios habitantes del barrio y en algún momento canibalizó el movimiento social y político de resistencia. Hoy en día, la violencia de abajo significa la venta de drogas y su relación con robos y asaltos. Esta dimensión muestra una forma de violencia instrumental como recurso (Hobbs, 1998) pero al mismo tiempo se convierte en una suerte de identidad y una expresión de la difícil situación de los habitantes (Bourgois, 2003).

Para desarrollar cada una de las ideas anticipadas más arriba, el artículo se estructura en lo que sigue en dos grandes apartados: Las violencias desde arriba y las violencias desde abajo. En cada uno de estos apartados se pone en discusión el material etnográfico construido, con la discusión teórica relevante, para lograr una lectura del material etnográfico que se vea complejizada por la producción académica. Finalmente se termina proponiendo una discusión general y conclusiones en el último apartado.

 

2. VIOLENCIAS DESDE ARRIBA

Lo que los hallazgos de este trabajo sugieren es que durante la década de 2010, diversas y profundamente interrelacionadas formas de violencia están tomando lugar en La Caro. En este barrio la violencia es un fenómeno complejo que involucra varias capas. Con el fin de escudriñar los significados de estas violencias ha sido crucial situar este barrio en su contexto histórico, desde su edificación y poblamiento en 1959, hasta el momento del desarrollo del trabajo de campo (2012).

 

2.1. Políticas espaciales y violencias

La primera de estas capas corresponde, según los y las habitantes, a las diversas políticas espaciales ejercidas sobre las comunidades, y que han colaborado en construir el estigma sobre el barrio. Relata un vecino que llegó adolescente a vivir a La Caro:

nos sentíamos como seres inservibles a los que había que botar lejos para que no nos vieran (venía el Mundial de 1962) y el gobierno debía alejar a los pobres de la ciudad. Pero bueno, ya estábamos aquí y había que apechugar.

La lejanía de la ciudad, la lejanía de los lugares de trabajo, la ruptura de los antiguos lazos de amistad y de redes de los antiguos lugares, produjo en muchos un sentimiento de orfandad y de abandono. En otro lugar he discutido (Ruiz, 2012) como las condiciones de llegada de los primeros habitantes no contemplaban viviendas terminadas, servicios básicos o conectividad mínima (ver Figura 3). Detrás de esta forma de construir y emplazar la vivienda social en las décadas de 1950 y 1960 se encontraba la idea de que el espacio, la distancia y la ciudad eran fuerzas automáticas y deterministas que redibujan el mundo social y económico (Graham y Healey, 1999). Estas políticas espaciales implican y mantienen hasta hoy un sentido de planificación urbana racional y tecnocrática libre de valores, sin una mínima idea de los lazos sociales o las relaciones de poder (Eckstein, 1990; Graham y Healey, 1999), lo que ilustra la manera en que La Caro fue planificada y desarrollada por el Estado chileno a fines de la década de 1960.

Figura 3. Fotografías de la Población José María Caro, 1964

Fuente: Godoy y Guzmán, 1964.

Estas políticas espaciales continuaron durante las décadas de 1970 y 1980 como parte de una de las más importantes formas de reestructuración neoliberal; a saber, la selectividad y focalización del gasto público, la privatización de los servicios, y la descentralización de las responsabilidades estatales (Taylor, 2003). Durante la reestructuración neoliberal ocurrida durante la dictadura, algunas de las responsabilidades previamente gestionadas por el estado central, fueron traspasadas a los municipios, tales como la provisión de salud, y educación. Al mismo tiempo, algunos de los municipios más grandes fueron divididos en unidades administrativas menores para facilitar su gestión, pero sin traspasar a sus vez los recursos adecuados para este propósito (Bossert et al., 2003). El otrora gran municipio de La Cisterna fue dividido en cinco, y La Caro fue repartida en tres de ellos. Los habitantes leyeron este proceso, no como una estrategia de mejoramiento de la gestión, sino que especialmente como una forma de división y fragmentación de los municipios más populosos, los que a la vez eran los más opositores en términos políticos.

Las violencias analizadas son parte del encuadre de la violencia estructural, que se refiere a las organizaciones político-económicas de la sociedad que imponen condiciones de angustia física y emocional (Bourgois, 2001). Galtung (1969) sostiene que la violencia se incorpora a la estructura y se manifiesta como poder desigual y consecuentemente como oportunidades de vida desiguales. Más recientemente, el concepto se ha utilizado para destacar las formas en que las desigualdades económicas extremas promueven la enfermedad y el sufrimiento social (Farmer, 2004). Las violencias estructurales funcionan como un proceso no intencional de dañar a las personas a lo largo de las actividades diarias asentadas dentro de la estructura social. Por ejemplo, la tarea habitual de un urbanista que diseña un nuevo asentamiento para habitantes pobres sin las condiciones mínimas de habitabilidad y conexión podría implicar gran parte de este tipo de violencia estructural incluso desde su escritorio de trabajo.

Otro ejemplo de las políticas espaciales que analizo ocurrió en la década del 2000, cuando se propuso un nuevo plan regulador para permitir mayores densidades en la comuna. Esta propuesta intentó cambiar normas de construcción urbana como altura, ancho de calle y así sucesivamente, con el fin de permitir mayor densidad constructiva pero sin ninguna inversión de proyectos específicos. En particular, el objetivo era producir las condiciones normativas que incentivara la inversión urbana (Parraguez, 2012). Sin embargo, esta propuesta fue leída de forma diferente por sus habitantes, como lo explica Pancho, un vecino que estuvo involucrado en ese proceso:

Cuando le dijimos no al plan regulador teníamos un montón de cosas en consideración, cosas técnicas también […] la gente tenía que irse, seguro, la gente pobre siempre es la que se va. Y más encima, nos dimos cuenta para que querían los terrenos, los querían por su localización, acá cerca de las autopistas nuevas. O sea, es un espacio privilegiado para alguien que vive y trabaja en Santiago, y la gente poderosa se quería venir para acá. Y esa era la intención del plan regulador, sacarnos de acá, eso estaban buscando […]

Los habitantes leyeron la modificación al plano regulador como un intento de gentrificación de La Caro que permitiera expulsar a sus antiguos habitantes. Como resultado, se articuló un movimiento de protesta contra el plan regulador que apeló a las antiguas formas de organización social y política construidas durante la resistencia a la dictadura y antes. Este movimiento se creó para defender sus casas y sus formas de vida, finalmente logró detener la propuesta municipal y aprobar un plan regulador más cercano a sus intereses.

La exclusión política y la cooptación burocrática de los movimientos sociales en La Caro desde el regreso a la democracia son interpretados por los y las vecinas como parte de las políticas espaciales arriba mencionadas. A pesar de las muestras de organización analizadas en la década del 2000, el regreso a la democracia trajo un masivo proceso de desmovilización de los actores sociales a lo largo del país (Barton, 2004). Así lo expresa Manuela, antigua militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que actualmente participa en diversos talleres en la iglesia cerca a su casa:

Nosotros pensamos, “la alegría ya viene”, y después de haber sufrido tanto con la dictadura, llegó la democracia, vamos a ser felices, vamos a tener oportunidades, los cabros van a poder estudiar […] y nos dimos cuenta de que no, todo era mentira poh, porque seguía lo mismo. El gobierno de Aylwin fue, no sé, poh, todo manejado por los milicos, no cambió mucho la cosa, cambió en el sentido de que no hubo más muertes, no hubo más secuestros, ya no había tanto miedo, pero oportunidades […] ¿dónde estaban?

Los habitantes de La Caro se sienten traicionados por las decisiones tomadas por las cúpulas y por la transa democrática una vez finalizada la dictadura. Siguiendo a Oxhorn (1994), el imperativo de gobernabilidad dentro de un marco autoritario hizo muy difícil para los partidos políticos de izquierda aceptar un movimiento social autónomo y robusto. En este contexto, la movilización popular se convirtió en una amenaza potencial debido a que podría ocasionar un endurecimiento si no una vuelta atrás de los duros dentro de la elite conservadora. En este sentido, los partidos políticos se convirtieron en agentes de moderación y control social para asegurar que la transición siguiera su curso (Oxhorn, 1994).

Esta exclusión política marca una separación entre la democracia formal y la participación de la ciudadanía. El resultado, siguiendo a Holston (2008), es una profunda deslegitimación del sistema democrático y una sensación de desamparo y de olvido que sienten los habitantes del barrio. Durante el período democrático se han producido cambios graduales pero la sociedad chilena como un todo ha profundizado sus rasgos individualistas, de ser una sociedad de emprendedores, flexibilidad e inseguridad laboral (Mayol, 2012). Esto también ha introducido un nuevo modelo de democracia basada en un concepto individualista de las personas y la sociedad (Arias y Goldstein, 2010). A su vez, las relaciones sociales se mantienen torcidas por los intereses del capital y los intereses hegemónicos (Barton, 2004).

Los procesos señalados revelan continuidades y cambios que caracterizan muchas de las violencias desde arriba ejercidas sobre los habitantes de La Caro. Por un lado, los y las habitantes perciben que las políticas espaciales ejercidas hasta hoy los siguen persiguiendo y violentando. En continuidad con esto, los fragmentos expuesto más arriba, así como muchas otras entrevistas y conversaciones, plantean que los habitantes de La Caro no sienten que esto haya cambiado particularmente, para mejor, en los años de democracia. Desde los procesos de planificación urbana racional de los años sesenta, pasando por las reestructuraciones neoliberales de las décadas de 1970 y 1980, e incluso en la democracia post 1990, los y las habitantes leen diferentes etapas y caras del mismo sistema tratando de derrotarlos. Mucha de la desconfianza a agentes externos y las diferentes escalas de administración del estado ilustran este punto. Por otro lado, si ha habido un cambio en las políticas espaciales dirigidas a La Caro ya que apelan a lógicas estatales distintas de acuerdo con la época en que fueron aplicadas. Un ejemplo de ello es que la planificación urbana racional realizada en la década de 1960 no aceptaba las formas de participación que si permitieron modificaron el plan regulador comunal en los años 2000.

 

2.2. Orden social y violencias

Una segunda capa de violencia desde arriba está relacionada con las formas en que el Estado responde a los conflictos con la ley y el orden social. Desde la perspectiva de los habitantes, la pregunta ha sido siempre: ¿orden o desorden de acuerdo con quién? Solo unos días después del golpe de Estado de 1973 el control militar del país era absoluto y pronto eso se sintió en La Caro. Durante los primeros años de la dictadura se produjeron masivos procesos de allanamientos en toda la población –como a lo largo de la mayoría de los sectores populares del país. Junto con esta práctica institucional sistemática, las fuerzas armadas ejercieron una represión política más selectiva y muchos líderes políticos y sindicales fueron arrestados y desaparecidos (Stern, 2006). El argumento detrás de esta práctica fue que el país se encontraba en un estado de guerra permanente y debido a ello las fuerzas armadas debían tratar a los habitantes de las poblaciones como enemigos del país (Nicholls, 2006).

En el relato de los pobladores aparece la violencia desde el Estado en forma explícita durante este período, aunque no es un fenómeno exclusivo de La Caro, ya que esta situación se dio en gran parte de las poblaciones urbano-populares del país. Policías y militares allanaban continuamente la población, detenían arbitrariamente personas y reprimían muy duramente las manifestaciones y protestas. Por ejemplo, habla Marcelo, un antiguo poblador del Sector F y exmilitante del Partido Comunista:

[…] y para los cacerolazos, olvídate […] así es como mataron harta gente amiga también. Mira, disparaban a mansalva, al que le tocaba le tocaba, por ejemplo esa vez que atacaron la cuestión de allá [se refiere a la fábrica de pastelones], mataron a un niño que era hijo de un amigo nuestro y también esa vez, como los disparos eran para todos lados, los disparos se metieron a las casas y ahí hirieron a la chiquilla que era catequista, hacía catequismo con los niños.

Esta situación llegó a un punto culmine durante las protestas y manifestaciones de la década de 1980, desatando brutalidad policíaca, muertes, heridos y millares de arrestos. Esta violencia desde arriba aplicada por la policía y las fuerzas armadas fue dirigida a los y las pobladoras en general y no solo a los activistas. Fue también una suerte de violencia irracional y al azar ya que se ejercía de forma aparentemente desconectada de las demostraciones. Sin embargo, estas taticas de guerrilla urbana probaron ser muy efectivas en provocar pánico contra las movilizaciones por parte de las clases medias y las elites políticas (Salman, 1994).

Los discursos de los habitantes respecto de las policías en la actualidad guardan relación con los relatos de los años ochenta. Para los y las jóvenes, la presencia cotidiana de la policía en la calles de La Caro es perturbador no solo por su rol durante la dictadura, sino que también por su comportamiento actual. Durante el tiempo que viví ahí me tocó presenciar golpizas y redadas policiales sin razones muy evidentes, lo cual es bastante consistente con el aumento de las denuncias por violencia innecesaria contra la policía durante la democracia (Fuentes, 2005). Incluso las policías son sindicados en múltiples oportunidades, por parte de los habitantes, como cuerpos policiales corruptos que sostienen tratos bajo la mesa con los narcotraficantes. Un ejemplo entre muchos es la siguiente viñeta etnográfica:

Caminábamos con Carlos, obrero especializado de la construcción en sus cincuenta, cerca de su casa en Cinco Oriente y me lanza, “cómo es posible Juan Carlos, que uno de los punto de venta de droga más grande esté justo ahí en la esquina –señalando la esquina de Obispo Vásquez y Seis Sur–, justo en frente de los tira”. Termina la frase casi enojado, haciendo referencia a la 15° Comisaría de la Policía de Investigaciones –los tira– y su cercanía con uno de los puntos considerados más peligrosos del sector F. Para Carlos y muchos habitantes, esta cercanía espacial es solo un signo de los tratos recíprocos entre ambos.

Como lo ha subrayado Campesi (2010), algunas antiguas estrategias utilizadas durante las dictaduras para controlar políticamente a los oponentes al régimen han sido reemplazadas por nuevas estrategias de control social desde arriba sobre los nuevos grupos marginales viviendo en las aéreas urbanas económicamente deprivadas. Estas estrategias están inspiradas en el modelo norteamericano de gobierno represivo y el modelo inglés de orden público (Campesi, 2010). A su vez, estas aproximaciones desde el orden público algunas veces permiten a los gobiernos elegidos democráticamente apuntalar su déficit de legitimación política mediante la reafirmación de la autoridad del estado en la opinión pública, homologando el control de la delincuencia con discursos derechistas de mano dura (Wacquant, 2008).

La violencia institucional analizada va más allá de la violencia personal directa, ya que no solo describe una modalidad específica de conducta social, sino que también está dirigida hacia relaciones duraderas de dependencia y sumisión (Imbusch, 2003). El prototipo de esto en los tiempos modernos es el Estado y su pretensión de soberanía y la obediencia que exige de los individuos en su trato con ellos. Llama la atención sobre las funciones reguladoras de la violencia, perpetradas por instituciones estatales como la policía y el sistema judicial, y ministerios sectoriales como la salud y la educación (Moser y McLlwaine, 2009). Sus intervenciones físicas y coercitivas deben considerarse como violencia, aunque en principio gozan de legitimidad sobre sus oponentes cuando emplean la violencia en el contexto constitucional-democrático (Imbusch, 2003). Incluso los límites del uso legítimo de la fuerza siguen siendo cuestionados en la mayoría de los sistemas políticos, por ejemplo, si una acción específica representa un comportamiento policial apropiado o más bien una brutalidad policial (Tilly, 2003).

 

2.3. Estigma y violencias

Una tercera capa de las violencias desde arriba se refiere al estigma de lugar (Wacquant, 2007). Los discursos de estigmatización fueron generados desde los primeros años de asentamiento de La Caro y desde entonces construyeron su reputación de lugar violento. Sin embargo, las condiciones estructurales de los enclaves segregados de clases populares deben ser cuidadosamente analizadas. Lo cierto es que la experiencia de los habitantes de estos enclaves han cambiado de una manera que lo hacen hoy distintivamente más gravosas y alienante. Muchos estudiantes del barrio fueron estigmatizados en el sistema de educación formal. En las escuelas fueron etiquetados por sus propios compañeros o maestros como ladrones o vagos. Cuenta Sonia una anécdota de su juventud, situada en los años sesenta. Sonia es una vecina del sector c y que por mucho tiempo trabajó como asesora del hogar en el barrio alto:

Una vez tuve una anécdota, cuando estaba ehh […] cuando iba en el colegio, iba en octavo y uno salía con sus amigas al centro a dar una vuelta y era como lo máximo y conocías a chiquillos que iba en la misma para’ tuya, […] bueno una vez conocimos a un grupo y típico nos preguntaron de donde eras. “de Gran Avenida”. “Ahhhh…” y uno salta así y dice de repente “de qué paradero de la Gran Avenida?” y a mi así “pá ‘el 17”. Y me dijo “ahhh tu vivís en La Caro”.

Muchos de los habitantes también pierden sus puestos de trabajo o no puede encontrar uno nuevo, porque el hecho de vivir en La Caro. Esto refiere a la primera formulación de estigma planteada por Goffman (1963), donde este dispositivo de diferenciación marca a las personas como indeseadas. Como resultado, han adoptado y adoptan una serie de estrategias para lidiar con este estigma, como “esconder” sus lugares de residencia cuando van a pedir trabajo. Si bien según Link y Phelan (2001) el estigma es un concepto que se asocia a diversos significados, la experiencia de estigma como espacio de relegación territorial a partir de los encuentros cotidianos en la ciudad y las estrategias de evitación consecuentes, fue significativa en la vida cotidiana de los habitantes de la La Caro (Wacquant, 2007). Como lo he descrito y desarrollado en otros textos, un estigma de lugar se fue construyendo sobre los estigmas tradicionales asociados a la pobreza. La falta de conectividad y servicios urbanos, la desconexión del resto de la ciudad y las difíciles condiciones que enfrentaban fue evidencia de este estigma (Ruiz, 2014).

Una forma de entender el proceso de construcción del estigma de lugar es la Matanza del Ferrocarril o la Masacre de la José María Caro. En 1962 la Central Única de Trabajadores llamo a un paro nacional para paralizar el ferrocarril y la locomoción colectiva en protesta por el alza del costo de la vida, en especial por el alza del transporte público. Se hicieron barricadas en la línea del tren, las que fueron reprimidas violentamente, muriendo 8 pobladores. Los discursos de denigración florecieron desde arriba, en los ámbitos periodísticos, políticos y burocráticos. Los periódicos y revistas de la época que cubrieron la historia la cargaron con ángulos políticos, sociales y penales. De forma paralela, por primera vez, los medios de comunicación se interesaron en La Caro y las condiciones estructurales de la exclusión se hicieron públicas. Este incidente también proporcionó a los medios de comunicación y a la opinión pública un nombre para asociarlo con los ladrones, ya que la delincuencia en la población era muy difundida y esto terminó dándole el estigma que tiene La Caro. A partir de entonces, la violencia de arriba ejercida por el Estado marcó el estigma social y cultural del barrio dentro de la ciudad. Al mismo tiempo este hecho es una referencia inevitable de la violencia posterior, y del estigma del lugar hasta hoy (Ruiz, 2012).

La vida en el barrio está llena de supuestos que son parte de la sabiduría de la calle compartida por la mayoría. El estigma como una característica omnipresente de la vida cotidiana es una de ellas. Una forma más sutil para analizar este tema es la teoría de la conspiración que involucra a todo el resto de la sociedad preocupada de aniquilar a la comunidad del barrio. El plan implica la idea de que los habitantes del barrio son perseguidos a través de la ciudad desde su creación. Esto incluye: su localización en el borde de Santiago para ocultar al resto del mundo su existencia durante la Copa del Mundo de 1962; el etiquetado de La Caro como una zona de resistencia durante la dictadura; la irrupción de las drogas en la década de 1990 por agentes de policía para romper la resistencia contra la dictadura; las prácticas de segregación, la gentrificación, las políticas urbanas y la discriminación en el empleo; la expansión del «complejo industrial carcelario”; y la falta de acción para remediar los pobres servicios públicos de calidad inferior al resto de la ciudad (Ruiz, 2012).

Estas descripciones son similares a la idea de espacio de relegación forjado por Wacquant (2007). Él argumenta que estos espacios penalizados son el efecto espacial de las reformas neoliberales en el contexto de la marginalidad avanzada. Si bien son elementos permanentes del paisaje urbano, discursos de denigración son construidos sobre estos lugares desde abajo, en las interacciones normales de la vida diaria, así como desde arriba, en las esferas políticas, burocráticas e incluso científicas (Wacquant, 2007).

 

3. VIOLENCIAS DESDE ABAJO

Junto con las violencias desde arriba que se han analizado, los habitantes de La Caro han experimentado violencia desde abajo desde el inicio de la población. En el pasado hubo diversas manifestaciones tales como peleas con cuchillos, peleas callejeras y otros tipos de agresiones relacionadas con el consumo del alcohol. Por ejemplo, después de los partidos de fútbol los domingos era común batallas campales entre los equipos y sus seguidores, las que en más de una ocasión terminaron con heridos graves o muertos. En los primeros años de vida de La Caro existió una pandilla muy famosa llamada “Los Tártaros”, lo que de alguna forma fue configurando la identidad de los pobladores y las maneras en las cuales la población era vista por el resto de la ciudad. Estos fenómenos dan cuenta de la violencia desde abajo que se analizará en lo siguiente, y que colaboró a forjar el estigma de lugar –que ya he analizado–, a pesar de que la mayoría de los habitantes no son parte de pandillas o anda peleando en las calles todo el tiempo. Si desde afuera del barrio la etiquetación cayó sobre toda la población en su conjunto, a su interior los habitantes claramente distinguen mejores y peores lugares dentro de La Caro. Según Caldeira (2000), esta es una distinción cotidiana para continuar viviendo en un contexto desafiante de violencia, pobreza y marginalidad, y opera como un mecanismo simbólico de distinción que configura las practicas diarias. A través de distinguir mejores o peores lugares las personas se desapegan de sus vecinos o conocidos y reproducen el discurso de la culpa ejercido sobre ellos, dirigiéndolo hacia las personas con menos recursos cerca de ellos (Caldeira, 2000). Finalmente, es una forma de introyección del estigma de lugar y su reproducción al interior del barrio.

 

3.1. El choro como figura emblemática

Por un lado está la figura del choro, imagen emblemática de las poblaciones chilenas. En particular en La Caro se trata de aquel que vivía de la delincuencia pero que, a la vez, era respetado, no por ser un delincuente sino porque contaba con cierto ascendente sobre la comunidad, o al menos un sector de esta (Ruiz, 2014). Como lo relata Germán, un poblador del sector F, hablando de los años sesenta:

Un choro se dedica a robar y que maneja un cierto sector, que es respetado por los que están al lado, en el fondo que tiene una autoridad sobre ellos, no es que la tenga por qué […] sino que el hecho de ser choro, para’o, bueno pa’l garabato, hacerle frente a cualquiera, pararse a pelear, le dan una cierta connotación de estatus en su sector ahí […] además se usaba cuchilla y les pegaba a los otros […] eso en términos […] se buscaban el odio.

 Este ascendiente provenía de su agresividad y de la actitud desafiante frente a cualquier eventualidad. Sin embargo, también su ascendiente provenía de que cuidaba a sus vecinos y vecinas, los protegía de otros maleantes en una suerte de buen ladrón. Esto es parte de lo que se denomina la violencia directa, y se refiere al uso físico de la fuerza para dañar a otros (Heitmeyer y Hagan, 2003). Esta dimensión fenomenológica, también abordada como violencia cotidiana por Bourgois (2001), incluye las prácticas rutinarias y las expresiones de las relaciones interpersonales a nivel micro, como la delincuencia doméstica, el conflicto sexual y el abuso de sustancias, entre otros. Adicionalmente, lo que la cita presentada subraya es la distinción entre el objetivo racional e instrumental del daño, mientras que otros hacen hincapié en una dimensión expresiva de la violencia (Katz, 1988; Levi et al., 1997). Esto último se refiere a acciones que no se planifican racionalmente y que a menudo se realizan bajo estados emocionalmente alterados como el uso de drogas, peleas de bar o vandalismo que causa muchas veces la mayor tensión de la comunidad (Ferrell et al., 2008).

 

3.2. Las protestas durante la dictadura

En los años setenta –dado el crispado ambiente de movilización y participación social– se produjeron una serie de incidentes y disputas que fueron más allá de disputas de barrio, enfrentándose distintos grupos políticos, tanto de izquierda como de derecha, por el control político de la población. Sin embargo, la violencia desde abajo resurgirá con fuerza durante las protestas de los años ochenta, en el contexto nacional de las demostraciones callejeras para derrotar a la dictadura. La organización social y política formada en La Caro intentó ejercer un férreo control de la población, y en vista del enemigo común que era la dictadura, colaboraron en conjunto con las pandillas y choros existentes. Sin embargo, esto también trajo otros efectos, como lo plantea Andrés, un antiguo militante del MIR:

Nuestro ánimo era contra la pistola, para nada contra el pequeño comerciante, muchos de ellos eran nuestros amigos. Ahí nos dimos cuenta de cómo la dictadura nos había saboteado las protestas por medio de la incorporación del lumpen en ellas y el lumpen realmente nos dobló la mano, porque aprovechaba a la gran masa de jóvenes que se aglomeraba en las protestas y los asaltaban y asaltaban también los negocios. Lentamente tuvimos que empezar a abandonar las manifestaciones, porque se convirtieron en espacios muy peligrosos.

Como resultado, las acciones de guerrilla urbana y las violencias aleatorias durante las protestas fueron canibalizando el movimiento social y político al interior de la población. Por un lado, la aparición del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) filtró las violencias sociales y políticas al interior de las prácticas políticas de las organizaciones de base, perdiendo por lo tanto credibilidad y cohesión. Por otro lado, la violencia desde abajo unió la criminalidad cotidiana con la oposición política, por lo que los partidos políticos más organizados comenzaron a distanciarse progresivamente del escenario de insurrección defendido por el FPMR, el Partido Comunista y mucho del movimiento social de base que participaba activamente de las protestas.

La elite política presente en los partidos políticos tradicionales de oposición pactó el regresó a la democracia y en 1990 comenzó sus funciones el primer presidente electo después de 17 años. Sin embargo, los habitantes de La Caro se sienten traicionados por las decisiones tomadas por las cúpulas y por la “transa democrática” (Salman, 1994) una vez finalizada la dictadura. Los antiguos militantes de partidos políticos de izquierda y aquellos que participaron en movimientos guerrilleros, expresan estar muy decepcionados con los partidos políticos actuales. Para muchos de ellos la “democracia de los acuerdos” implementada durante los años noventa, significó una nueva forma de exclusión de los pobladores de La Caro.

 

3.3. La criminalidad y el tráfico de drogas en democracia

Nuevas formas de violencia comenzaron a aparecer en el regreso a la democracia. Al referirse a la población durante la democracia post-dictadura, los vecinos expresan su preocupación y miedo frente a las bandas de tráfico de drogas que se fueron apoderando de los espacios comunitarios. La violencia social ligada al uso de las armas de fuego produce sensación de alto temor y de aislamiento entre los vecinos. La droga aparece hoy como el principal enemigo social de la participación de estos pobladores. Las bandas y grupos que trafican drogas habrían aparecido y expandido a fines de los años ochenta, siendo los últimos cinco años los más críticos y conflictivos (Ruiz, 2012).

Según el relato de los vecinos, las bandas de tráfico de drogas tienen jerarquías, distribución de roles y funciones para accionar, una estructura de trabajo que define roles específicos, cada uno de los cuales se sitúa dentro de una jerarquía formal. El objetivo de la organización es el tráfico y venta de drogas, y para ello debe controlar un territorio donde pueda establecer su base de operaciones, almacenamiento de drogas, barretines de armas, distribución a lo largo de la ciudad y finalmente el microtráfico al interior del barrio. La aparición de estos grupos está ligada por un lado al aumento del consumo de drogas fuera y dentro de la población, pero su instalación también se vincula con las bandas de ladrones y delincuentes que ya existían en décadas anteriores. Por lo mismo, se creó un pacto de silencio entre vecinos, ya que nadie quiere entregar a un vecino a la policía, por la imagen de la represión policial ya analizada. Este pacto implícito de silencio se refuerza por una serie de mecanismos utilizados por las bandas de narcotráfico, y que remiten a las antiguas practicas utilizadas por los choros en las décadas de 1960 y 1970. Sin embargo, los narcotraficantes –el narco– también han instrumentalizado los lazos sociales y los utilizan para el florecimiento de su actividad de emprendimiento (Hobbs, 1988), en una etapa hipercapitalista de las relaciones sociales (Colker, 2012). Así lo comenta Pepe, un joven profesor de la comunidad:

Esa hueá es un proceso histórico po´, querámoslo o no. Porque está comprobao´, no sé si comprobao´, pero es de conocimiento general que la pasta base entra fuerte, fuerte, fuerte cuando se acaba la dictadura, cuando comienza a acabarse la dictadura, entra terrible fuerte. Pa, pa, pa. Cachai. Y por qué entra po´? es por qué los choros, tú ya cachai los choros, por qué los choros se volvieron traficantes po´ hueón. Por qué el choro que tenía los valores de choro, decir yo voy a robar a Europa. Y hasta el día de hoy es la pelea en las poblas. Yo soy choro vos soy traficante no más. Yo soy choro, yo […] Y es así hueón, o sea los traficantes […]

Esta diversificación de los antiguos choros parece ir mano a mano con los procesos estructurales de neoliberalización que tuvieron lugar en la economía y la vida social. Un cierto sentido de gobermentalidad neoliberal (Lemke, 2001) fue impregnando La Caro y un nuevo sentido de emprendimiento impulsado por la individualización de las personas llevó a algunos de los viejos choros a iniciar negocios más lucrativos con menos vínculos hacia la comunidad.

En el centro de esta transformación aparece la figura del flaite como avezado intérprete de las transformaciones culturales del neoliberalismo. Para Chico Mario, un grafitero y hiphopero de La Caro, si bien es esta una decisión personal, está fuertemente influenciada por los discursos imperantes en la sociedad, y refleja no solo la alienación de cada sujeto, sino también la violencia estructural que los estructura. Lo plantea de la siguiente forma:

Hay hueones que andan peleando, si los hueones hubieran tenido más educación no creo que serían así, flaites, o sea, los hueones que andan con fierros, que andan parando a todos los locos que andan por la calle. Yo creo que por falta de educación no tienen eso, o sea, si tuvieran educación, como de pescar un libro, de leer las noticias, estar como culturizados, yo creo que no sería así la gente.

 Desde esta perspectiva, no hay tal cosa como desviación moral o transgresión de la norma, sino solo los individuos que actúan en un mercado de posibles ganancias y pérdidas (Dilts, 2008). El flaite como emprendedor neoliberal se transforma en un agente económico ya que está tomando una decisión racional, económica de las expectativas y los riesgos de pérdidas y ganancias. Puesto que ya no es una decisión moral sino económica, parece que el marco cultural neoliberal hace que sea más complejo tomar una posición respecto a lo que realmente es la desviación social.

En paralelo al uso instrumental de los pactos de silencio, también se producen balaceras descontroladas cuando las disputas entre bandas se salen de control o los consumidores habituales se involucran en tiroteos o mendicidad agresiva para obtener drogas, lo que ha sido referido como crimen desorganizado (Beato Filho et al., 2005). A su vez, Hobbs (2013) llama la atención sobre el hecho de que la violencia también es vista como un recurso ya que en el contexto de mercados ilegales/informales la violencia permite a los interesados crear, proteger y mantener una porción del mercado (Hobbs 2013). Las situaciones descritas producen una profunda sensación de miedo y la falta de control de la comunidad en La Caro ya que la amenaza o el despliegue de violencia no parece asumir ningún patrón. Cualquiera puede ser agredido, herido, o muerto y no necesariamente porque sea narco.

 

4. IDENTIDAD Y VIOLENCIA HOY: NI TAN DE ARRIBA NI TAN DE ABAJO

Por un lado este trabajo discute aquellas perspectivas a la Wacquant que ponen énfasis en las fuerzas estructurales del capitalismo tardío para dominar y someter la capacidad de agencia de las comunidades pobres urbanas.

El aporte de este trabajo en esta dimensión pone acento en que los impactos de la exclusión y las violencia sobre la población son heterogéneos y hasta cierto punto contrapuestos. En este punto es necesario complejizar la forma en que los procesos estructurales afectan a los habitantes. En términos de Wacquant (2008), si bien La Caro es un espacio de relegación dentro de la jerarquía metropolitana de Santiago, las formas de enfrentar las exclusiones que sus habitantes manejan son diversas. Es posible reconocer en La Caro diversas formas de resistencia que se conjugan en la experiencia cotidiana: algunos tratan de asimilarse al discurso normativo de la sociedad, mientras que otros se le oponen.

A su vez, en un proceso de continuidad de cambio, la violencia emanada desde los miembros de la propia comunidad quiebra la distinción entre violencia desde arriba y violencia desde abajo. Las violencias del narco parecen canibalizar los escasos recursos sociales y culturales de la comunidad –como lo hiciera 30 años antes la violencia política y la guerrilla urbana. La noción de un nosotros como participes de una comunidad que resiste a los embates del sistema, se quiebra.

La figura del narco asume a los ojos de los habitantes, una posición en medio. Por un lado, el narco es uno de ellos, parte de sus trayectorias y biografías, el hermano, primo o tío de alguien. Por otro lado, el narco de alguna manera introyecta la violencia externa y por encima al barrio. La violencia actual en La Caro rompe antiguos patrones de identificación entre la violencia externa y desde arriba de aquella violencia interna y desde abajo. Esto ha sido permitido por la neoliberalización de las relaciones sociales que se expresan en la figura del narco, y la comodificación de la violencia. Los antiguos choros parecían haber instrumentalizado los lazos sociales de similar forma, pero de alguna forma la figura del narco se adecúa mejor a las condiciones actuales de gobermentalidad neoliberal, llevando esta instrumentalización a un nuevo nivel.

Lo anterior se produce en parte por la gobermentalidad neoliberal desplegada y la idea de emprendimiento ampliamente difundida post dictadura. Debido a estos elementos, se construye una identidad en torno a la violencia no solo en su dimensión expresiva (Katz, 1988), sino que también en su dimensión instrumental, como un recurso en un contexto de mercado. Se genera una identidad en torno a responder las posibles amenazas como forma de funcionamiento básico en economías ilegales/informales (Hobbs, 2013). Aunque al mismo tiempo, esta forma de intercambio social que mantiene a los posibles perpetradores en vilo con la promesa de una devuelta de mano ojo por ojo, está en el núcleo de las interacciones cotidianas de la calle, como Anderson (1999) plantea. Las muestras de agresividad y violencia se ponen al servicio de esta ética, reforzando la reputación de una persona violenta tanto como una identidad en la calle, como de una herramienta de mercado. Por lo tanto, el narco asume ante los ojos de los habitantes una posición entre arriba y abajo. Él es uno de ellos, parte de sus biografías y sus historias, el hermano, primo o tío de alguien, pero a la vez introyecta la violencia externa y desde arriba en el vecindario.

A su vez, este trabajo también problematiza la capacidad de los recursos locales de las comunidades para lidiar o hacer frente a las fuerzas estructurales del llamado hiper-capitalismo. En este sentido, el aporte de este trabajo es analizar que el quiebre entre arriba y abajo se relaciona con la glocalización de la cultura de pandillas, difuminando la distinción entre nosotros y ellos, propios y ajenos. Lo que emerge en una difundida expansión de los estilos de vida pandilleros son ciertos elementos de la cultura negra callejera construida en el contexto específico de los guetos estadounidenses. Esta subcultura es convertida en un bien de consumo y exportada (Hagedorn, 2005), y ella es a su vez, adoptada y adaptada a ciertos contextos como La Caro. Los jóvenes que observé y entrevisté durante el trabajo de campo se han involucrado con algunos discursos sobre las violencias disponibles en el estilo gangsta y la música hip-hop, lo que al mismo tiempo hace sentido en el contexto de crimen desorganizado que se vive en La Caro. Uno de los grupos analizados adoptó la cultura hip-hop y una especie de variante local de gangsta rap –como muchos jóvenes de todo el mundo lo han hecho–, como una forma de identidad de resistencia contestataria. Por ello, el estilo gangsta también se mezcla con el narco ya que no solo es una conducta instrumental, sino que también una expresión de identidad (Ferrell et al., 2008). Hagedorn (2005) ha argumentado que esto ya no es una subcultura transitoria de jóvenes alienados como los teóricos subculturalistas han propuesto en los años sesenta, sino que una cultura de resistencia permanente derivada de la retirada del Estado y el fortalecimiento en paralelo de las identidades culturales (Hagedorn 2005 ).

Como resultado, no importa si como rapero alguien es parte de una banda de narcotraficantes o no, todos están asociados con esa tipología de todos modos. Como habitante de La Caro no se puede saber en un encuentro anónimo en la calle si los jóvenes al frente son uno de nosotros o un miembro de pandilla. Esto finalmente difumina la distinción entre propio/ajeno, y la distinción entre violencias desde arriba / abajo.

La violencia desde arriba, las políticas espaciales y el estigma forjado a lo largo de los últimos cincuenta años se funde hoy con la violencia ejercida por los propios vecinos a través de las relaciones de poder relacionados con las drogas. En paralelo, la violencia desde abajo parece ser a la vez expresiva y racional (Levi et al., 1997). Por último, no es posible establecer una clara distinción entre la violencia de la policía o los aparatos estatales de la de un vecino, ya que hoy están más profundamente imbricadas entre sí que antes.

Uno de los problemas de las culturas de la calle de las grandes ciudades parece ser que están al mismo tiempo muy fuertemente incluidas en la cultura y, sin embargo, sistemáticamente excluidas de su logro (Young, 2003). Además, algo de las violencias refleja las ironías de los procesos de negociación y representación cultural de la modernidad tardía, así como las respuestas menos racionales a los procesos de negociación. La adrenalina involucrada en la comisión de un acto violento, el placer y el temor de todo lo que envuelve vuelve a dibujar las formas en que la violencia y el crimen se entienden y se investigan. En particular, se relacionan estrechamente no solo la ganancia económica de la violencia y la delincuencia, sino que también sus dimensiones expresivas y ganancias culturales (Ferrell et al., 2008). La fuerza con que muchos habitantes expresan su apego a la identidad vivir en La Caro, disfrutar de su alegría y la profundidad de los lazos que une a sus habitantes, vuelve a posicionar esta paradoja. ¡Yo no me voy de La Caro!

 

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